Por José Luis de la Calva
(ANDREA TORNIELLI, Vatican Insider).- «La salud de cualquier sociedad depende de la salud de sus familias». Papa Francisco predicó en italiano, con la traducción simultánea en inglés, durante la celebración más concurrida de todas las previstas en Nairobi, Kenya. El Central Park, frente a la Universidad de Nairobi, con una capacidad para hasta un millón de personas.
Durante la ceremonia seguía llegando la gente: la lluvia generosa, las calles transformadas en pantanos de lodo y el tráfico bloqueado hicieron que fuera más difícil llegar al lugar de la Misa.
Los cantos típicos, el presidente del país Uluru Kenyatta en primera fila, un clima alegre. Francisco llegó con el papamóbil descubierto. Al lado del director del coro había un niño con na camiseta verde que lo imitaba, fingiendo dirigir a los cantantes. Había muchas mujeres y niños.
Por el bien de la comunidad, explicó el Papa, «nos llama a sostener a las familias en su misión en la sociedad, a recibir a los niños como una bendición para nuestro mundo, y a defender la dignidad de cada hombre y mujer, porque todos somos hermanos y hermanas en la única familia humana».
Francisco explicó que, obedeciendo la Palabra de Dios, «también estamos llamados a oponernos a las prácticas que fomentan la arrogancia de los hombres, que hieren o degradan a las mujeres, y ponen en peligro la vida de los inocentes aún no nacidos. Estamos llamados a respetarnos y apoyarnos mutuamente, y a estar cerca de todos los que pasan necesidad. Las familias cristianas tienen esta misión especial: irradiar el amor de Dios y difundir las aguas vivificantes de su Espíritu. Esto tiene hoy una importancia especial, cuando vemos el avance de nuevos desiertos creados por la cultura del materialismo y de la indiferencia hacia los demás».
Desde el corazón de la universidad de Nairobi, el Papa hizo un llamado especial a los jóvenes de Kenya: «Que los grandes valores de la tradición africana, la sabiduría y la verdad de la Palabra de Dios, y el generoso idealismo de su juventud, los guíen en su esfuerzo por construir una sociedad que sea cada vez más justa, inclusiva y respetuosa de la dignidad humana. Preocúpense de las necesidades de los pobres, rechacen todo prejuicio y discriminación, porque, lo sabemos, todas estas cosas no son de Dios».
Al concluir, Francisco recordó la tarea encomendada a cada uno de los cristianos: «Nos pide que seamos discípulos misioneros, hombres y mujeres que irradien la verdad, la belleza y el poder del Evangelio, que transforma la vida. Hombres y mujeres que sean canales de la gracia de Dios, que permitan que la misericordia, la bondad y la verdad divinas sean los elementos para construir una casa sólida. Una casa que sea hogar, en la que los hermanos y hermanas puedan, por fin, vivir en armonía y respeto mutuo, en obediencia a la voluntad del verdadero Dios, que nos ha mostrado en Jesús el camino hacia la libertad y la paz que todo corazón ansía».
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