Por Andrés Beltramo Álvarez
CIUDAD DEL VATICANO.- “Dejemos que este niño nos hable. Él nos llama a un comportamiento sobrio y sencillo, en una sociedad a menudo ebria de consumo y de placeres”. En su misa de Nochebuena, el Papa instó a todos a guardar silencio, dejar que Jesús recién nacido hable y grabar en el propio corazón su mensaje, sin apartar la mirada de su rostro.
La Misa de Gallo de Francisco en la Basílica de San Pedro comenzó con el canto del “Kalenda”, el “anuncio del nacimiento del salvador” en latín. En su homilía, Francisco señaló que en la noche previa a la Navidad brilla “una luz grande”, porque sobre todos resplandece el nacimiento de Jesús. Eso hace actuales y ciertas las palabras del profeta Isaías: “Acreciste la alegría, aumentaste el gozo”.
“No hay lugar para la duda; dejémosla a los escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de quien no sabe querer, porque tiene miedo de perder algo. La tristeza es arrojada fuera, porque el niño Jesús es el verdadero consolador del corazón”, aseguró.
Sostuvo que el corazón de los creyentes estaba ya lleno de alegría mientras esperaba este momento y ahora ese sentimiento se ha incrementado hasta rebosar, porque la promesa se ha cumplido. El gozo y la alegría aseguran que el mensaje contenido en el misterio de esta noche viene verdaderamente de Dios.
Señaló que gracias al nacimiento del hijo de Dios “todo cambia”, porque el salvador del mundo decidió compartir la naturaleza humana y, por eso, ya nadie estará solo o abandonado. Así, la luz verdadera ilumina la existencia, recluida con frecuencia bajo la sombra del pecado. Por eso, este día los seres humanos descubren nuevamente quienes son.
Según el Papa, la Nochebuena muestra a los cristianos el camino a seguir para alcanzar la meta. De esa manera cesa el miedo y el temor, porque la luz señala el camino a Belén. Por eso nadie puede quedar “inerme” ni parado, todos deben ir y ver al salvador acostado en el pesebre, donde se encuentra el motivo del gozo y la alegría.
“En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante”, constató.
“En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración”, agregó.
Recordó que el niño Jesús nació en la pobreza del mundo, porque no hubo puesto en la posada para él y su familia. Encontró cobijo y amparo en un establo y fue recostado en un pesebre de animales.
Sin embargo –continuó-, de esa “nada” brotó la luz de la gloria de Dios; desde allí comenzó para los hombres de corazón sencillo el camino de la verdadera liberación y del rescate perpetuo. De ese niño, que lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios padre, brotó para todos sus discípulos el compromiso de “renunciar a la impiedad” y a las riquezas del mundo, para vivir una vida “sobria, justa y piadosa”, insistió.
“Cuando oigamos hablar del nacimiento de Crsto, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida”, invitó.
Y apuntó: “Que, al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar en el niño Jesús al hijo de Dios. Y que, ante él, brote de nuestros corazones la invocación: Muéstranos, señor, tu misericordia y danos tu salvación”.