Por Ricardo Bustos
Después de muchos años, volví a la Escuela para alimentar el alma con los recuerdos de aquel hermoso tiempo pasado, en que no podía faltar la imagen de la “Seño” Lucía quien jamás se sintió como la segunda Mamá porque decía que había estudiado para enseñar a los niños y no para «criarlos».
Aunque no le gustaban las comparaciones, nuestra querida maestra Lucía sin saberlo era una Mamá compartida por el afecto y comprensión hacia nosotros y eso nos hacía felices porque íbamos a estudiar con mucha alegría al saber que esa gran familia con pupitres y pizarrones era una continuidad de nuestros hogares.
Recuerdo que cuando salíamos de casa caminábamos muy ligero porque el desayuno de Mamá nos dejaba una energía en el cuerpo que duraba hasta el mediodía cuando la Secretaría hacía sonar la campana y todos formábamos fila en silencio, tomando distancia y después del saludo de la Señora Directora salíamos corriendo todos juntos.
Fueron tantas las ganas de volver a encontrarme con mi “Seño” Lucía que con mucho respeto y un poco de vergüenza, fui hasta su domicilio y antes de golpear las manos la vi arreglando su jardín con un sombrero de paja en la cabeza, guantes para no arruinarse sus finas manos que aún muestra. Obviamente cuando llamé su atención no me conoció porque su rostro es el mismo como una rosa con algún pétalo arrugado, pero el mío había cambiado bastante. Cuando comencé a recordarle aquellos días en la Escuela, me miró fijo y unas lágrimas brotaron de sus hermosos ojos porque sin querer le regalé un momento de ternura por todo aquello que Ella también tiene guardado en ese rincón del corazón.
Avanzada la charla, me comentó que todas las noches sueña lo mismo y se mezclan los recuerdos con lo que hoy observa en la sociedad, entonces le pregunté cual era el sueño y me respondió que con su delantal blanco esperaba todos los días a los niños de su grado en la puerta de la Escuela y todos llegábamos felices, con la “pancita llena” para estudiar y jugar en los recreos y hoy cuando pasa por ese lugar de sus sueños ya no siente el olor a papel de los libros, cuadernos o madera de los pupitres y lo único que percibe es el abundante aroma de algún guiso que están cocinando generosamente y seguro que con mucho amor, los responsables del comedor escolar donde asisten muchos niños que en sus casas no cuentan con la posibilidad de recibir alimentos como nosotros en aquella época no tan lejana, a pesar de provenir la mayoría de hogares humildes. Era la época en que la cultura del trabajo estaba presente en todas las familias.
El sueño de mi “Seño” es que los niños vuelvan a la Escuela para estudiar, que los niños se sienten a la mesa con sus familiares a compartir el alimento que sus padres se ganaron con el sudor de la frente y no con lo que consiguen como dádiva una vez por mes después de hacer largas colas en el Banco.
Quiere una Escuela que integre a los niños en donde los Padres vayan a buscarlos cuando culminan las horas de clase y no a pegarles a las Docentes cuando creen que algo no hicieron bien con sus niños y se preocupen mas por mantener la disciplina desde sus propios hogares porque como los árboles desde chiquitos hay que apuntalarlos y así los verán crecer fuertes con lindos frutos.
Por último, le consulté como le iba con su jubilación, si le alcanzaba el dinero para vivir dignamente y me respondió… si, me sobra porque mis dos hijos todos los meses me «pasan» una cantidad de dinero suficiente para defenderme.
Me despido de mi “Seño” con un beso en cada mejilla como se hace por estos “pagos” y me acaricia la cara como hacía con todos nosotros cada día de clases cuando alguno estaba un poco triste… hoy es Ella quien está triste y no me animo a poner mis manos en su rostro porque es tan grande el respeto que acunó en mi ser que solo me conformo con decirle … gracias mi Seño… la quiero mucho.
“Todo el orgullo de un maestro son los alumnos, la germinación de las semillas sembradas”. Dmitri Mendeléyev
El autor es: Locutor Nacional-Comunicador
Capiovi Misiones, Argentina
DNI 7788556