Por María Celsa Rodríguez
Las relaciones de poder marcaron la historia de la humanidad, sin embargo, el poder a nivel mundial se ha debilitado, ya que los líderes de hoy no tienen las capacidades, ni las cualidades para enfrentar las crisis, los problemas, ni los retos que los acorralan. Los mandatarios tienen menos poder que quienes lo precedieron. Si miramos los protagonistas de la Conferencia de Yalta, más allá del momento histórico y de su contexto geopolítico, tanto Roosevelt, Churchill y Stalin no pueden compararse con el grado de poder que hoy ostentan Obama, Cameron y Putin. Están más limitados, más debilitados.
El poder se desplaza, cambia de cabeza y de escenario porque es más fácil perderlo y más difícil mantenerlo.
Cuando finalizó la Guerra Fría, lentamente el poder se trasladó con fuerza a China y a la India. Concentrándose en un solo objetivo: un gran manejo de la economía global que creció rápidamente en las últimas décadas. Sin embargo, su protagonismo económico no lo acerca a ninguna aspiración de manejar el poder político mundial.
Algunos analistas vieron que Europa lideraría ese poder luego de consolidarse la unidad. Pero los conflictos financieros de algunos miembros de la Unión Europea, el aumento del estado benefactor, las mezquindades culturales de otros, su falta de estrategia militar y las crisis que se fueron profundizando en los últimos años, junto al problema de la inmigración y el envejecimiento de la población, hicieron debilitar esa mirada puesta sobre el viejo mundo.
Hoy las victorias electorales tienen mínimas diferencias y en algunos casos los que gobiernan lo hacen en base a acuerdos, alianzas con otros partidos, formando coaliciones. Los líderes ya no toman decisiones solos, no tienen un personalismo absoluto.
Incluso las guerras son más asimétricas, y los “lobos solitarios” hacen más daño e infunden más temor que cientos de soldados. Y esto es lo que le permite perfeccionar el poder al terrorismo. Ya que la debilidad de uno acrecienta la fortaleza de otros. Y sucede que las personas que tienen poder conocen cuáles son sus límites y todo lo que pueden hacer con ese poder si está bien perfeccionado. Desde los recursos que poseen, el capital humano entrenado, el manejo de las organizaciones y los que financian las acciones, arman una estrategia donde ese poder encuentre un eco para lograr sus objetivos, del mismo modo como cuatro o cinco personas pueden tomar una estación de tren o de un aeropuerto, amenazando con una bomba.
El poder ahora está en manos de unos pocos actores, donde las tecnologías exponen su fuerza desde la viralización de un virus cibernético, o de una noticia, como son “Los papeles de Panamá” que expusieron abiertamente como es el manejo desconocido del sistema financiero global, en el que algunos importantes bancos, bufete de abogados y corredores financieros crean sociedades’offshore’, -si bien muchas son legales- otras son productos de dineros provenientes de operaciones ilícitas, del narcotráfico, el crimen organizado o de la corrupción. Nombres de Mandatarios, deportistas, artistas, y empresarios fueron conocidos y su repercusión estalló en todo el mundo en un instante. La imagen pública de muchos se deslució, y el poder de las redes sociales: Facebook y Twitter, los Blogs y los medios que replican las noticias, fueron la pólvora para esparcirse.
El prisma de la proyección del poder diseña un concepto más amplio y más complejo.
La tecno-sociabilidad ha cambiado no solo la forma de comunicación entre las personas, sino también su vida. Y el poder político y los sindicatos ya no tienen como antes el monopolio de las decisiones. Las redes sociales se expanden entre anónimos, siendo un canal de información, un medio de comunicación, un marcador de opiniones, de tendencias, de variables y un núcleo poderoso de las comunidades virtuales: los grupos, foros y blogs, han democratizado la palabra; globalizando las decisiones desde un simple click.
Escribió Moisés Naín en su libro “El fin del Poder”: “Insurgentes, nuevos partidos con propuestas alternativas, jóvenes empresa pequeñas e innovadora, piratas informáticos, activistas sociales, nuevos medios de comunicación, masa de gente sin líderes u organizaciones aparentes que de repente toman plazas y avenidas para protestar contra el gobierno o personajes carismáticos que parecen haber surgido de la nada, logran entusiasmar a millones de seguidores. No todos son respetables o dignos de encomio, pero todos contribuyen a la degradación del poder de los que hasta ahora lo habían ejercido de manera más o menos asegurada: los grandes ejércitos, partidos políticos, sindicatos, conglomerados empresariales, iglesias o canales de TV, son los micropoderes, actores pequeños, desconocidos o antes insignificantes que han encontrado formas de socavar, acorralar o desmontar a las mega potencias; esas grandes organizaciones burocráticas que antes dominaban sus ámbitos de actuación».
Si miramos el Poder a lo largo de la historia estos micropoderes no tendrían significancia, ya que “carecen de escala, coordinación, recursos o prestigio previo”. En otro tiempo serían aplastadas por los megapoderosos. «Sin embargo –hoy- los micros poderes están bloqueando a los actores [ya] establecidos […] y para triunfar recurren a nuevas ventajas y técnicas. Desgastan, obstaculizan, socavan, sabotean y son más rápidos y ágiles que los grandes actores”.
El poder ya no es lo que era en el siglo XX, y los que lo ostentaban de manera desafiante e intocable, hoy juegan como actores de reparto en un teatro de operaciones, donde otros son los verdaderos protagonistas.