Por Ricardo Bustos
Con la ironía y humor que lo caracterizan, siempre me dice que eso de la longevidad son todas “pavadas” y que El va a morir cuando llegue la hora pero con muy buena salud y ···de viejo.
Se enoja a menudo porque cree que a los viejos se los escucha un rato nomas y cuando comienzan a contar alguna historia de la que formaron parte los dejan hablando solo y la frustración se adueña de sus vidas. Casi con bronca me dice que si se escuchara un poco más a los mayores, quizá la sabiduría trasplantada a sus herederos germinaría dando otros frutos y no se marchitarían en tan poco tiempo como sucede ahora.
El abuelo era pícaro de joven y hoy en charlas de otoño debajo del árbol, con el mate de «tereré» en mano refrescando el relato, trae al presente las vivencias de un tiempo hermoso que jamás volverá. Me cuenta que en sus tiempos, temprano antes que salga el sol, su Mamá lo despertaba para el desayuno con un tazón grande y la clásica galleta de campo de la época con dulce de leche casero y manteca artesanal con la leche de las propias vacas que por la madrugada ya había ordeñado su Papá.
Hasta media mañana el trabajo era lo único que ocupaba sus pensamientos y solo existía la pausa para un pan crocante relleno con una milanesa y reiniciar la tarea porque de ello dependía el sustento de la familia y el estudio de sus hermanos en la Ciudad a la que asistían los lunes y volvían los viernes para sumarse a la tarea del campo como lo hacía El todos los días.
Los sábados eran intocables por la noche y pasadas las ocho, bañados y con las mejores “pilchas”, se preparaban con los hermanos varones y caminando iban rumbo al pueblo porque allí en el baile del Club, se encontrarían con sus platónicos amores, esos que seguramente convertirían algún día en sus novias o quizá más tarde esposas.
El baile no era cualquier cosa porque sobre todo había que saber bailar para no pasar papelones porque aquello de “pueblo chico infierno grande” era cierto y después, como decía el abuelo “había que luchar mucho contra el viento para levantar el barrilete” y andabas a las escondidas para que no te “carguen” los amigos.
Me gustaba mucho escuchar al abuelo y creo que a El también le producía placer contar sus anécdotas. En su relato me dice que cierto día se cortó la luz y contrariamente a lo que uno puede imaginar, el baile se suspendió, entonces como algo normal en ese tiempo, los padres de las chicas que también estaban en el lugar para ver como se comportaban sus hijas, con grandes linternas acompañaban a todos hasta la puerta porque en esa época a oscuras no te dejaban con una dama solo.
No había emisora de Radio en el pueblo, así que aquello que sucedía lo iban transmitiendo las tías o abuelas, que detrás de la ventana, por la mirilla “chusmeaban”, sabían la vida de todos los vecinos y por ese motivo, debíamos tratar por todos los medios de no caer en boca de estas señoras ya que si algo se nos escapaba y era “inconveniente” las miradas te golpeaban la nuca y ni hablar de los oídos.
El abuelo hacía pausas en su relato y miraba la lejanía con la mirada perdida como si algo se le hubiera escapado del alma.
Nada fue fácil en aquellos tiempos en donde todo era sacrificio pero también alegrías porque… dice… “lo poco para nosotros era mucho” y era mucho porque se disfrutaba y compartía con los parientes y amigos… teníamos muchos amigos a quienes les mirábamos a los ojos, apretábamos sus manos, sentíamos su abrazo aunque… no teníamos celulares para enviar mensajitos y quizá por eso se hacía más fuerte la relación.
Existía el “perdóname… disculpa… GRACIAS”, y pienso que no era mejor o peor que ahora, simplemente diferente porque no estábamos contaminados con delincuencia, asesinatos, corrupción generalizada, pibes chorros, planes y planes… solo trabajábamos y al que le daba la cabeza estudiaba porque para eso estaba la familia al momento de apoyarlos.
Llega la hora de la realidad y descanso para el abuelo. Mi espíritu está en paz después de escucharlo una vez mas y pido a la vida me dé la oportunidad de tener muchos más días debajo del árbol con otras vivencias de su tiempo que no volverá pero revivirá en este su nieto al que está dejando sus enseñanzas.
Mientras el abuelo sentado a la mesa saborea una rica y nutritiva sopa, me dice antes de ir a dormir ….También puedes ser feliz con lo que tienes… solo debes valorarlo. Mírame aquí en mi casa rodeado del amor… al menos no estoy en un Geriátrico… soy feliz.
“Estudiando el pasado se aprende lo nuevo”, Proverbio japonés
El autor es: Locutor Nacional-Comunicador.
Capiovi Misiones, Argentina
DNI 7788556