MI VOZ ESCRITA, Por Jorge Herrera
Ahora que agraciadamente terminó la pesadilla que durante 14 años padecieron los habitantes del Distrito Nacional, con la presencia en el cabildo del inepto y rapiñoso Roberto Salcedo, se me ocurre que el nuevo incumbente, si logra institucionalizar el gobierno de la capital, puede ser el próximo Presidente que estrene la República Dominicana.
En ese tenor es aconsejable que David Collado vaya pensando en desbrozar el camino que le habrá de permitir realizar todo lo bueno que para Santo Domingo tiene programado su pujante espíritu emprendedor. Hacer un levantamiento estratégico que le permita identificar los flancos por donde pudiera ser atacada su administración, no sería ocioso.
Sobre todo, porque es de suponer que él está consciente de que su triunfo, aunque legítimo, fue el resultado de una decisión política del contrario más peligroso que haya podido imaginar.
Un contrario que por su megalomanía, hoy enseñoreada en un Poder cuasi omnímodo tratará de, cuando menos, envilecerlo.
No es que sea fácil lograr el malsano propósito. Las clases no se suicidan. Pero que rastreros con ínfulas de pertenecer a la clase alta de la sociedad por haber acumulado riquezas originarias se perpetúen en el Poder, en la administración de la cosa pública como si tal cosa, sin que nada suceda; podría generar el reverso de una perversa utopía.
Sin ánimo alguno de justificar las tropelías que en perjuicio de la Constitución y de la institucionalidad del país ha cometido el presidente Danilo Medina Sánchez, pienso que es de justicia reconocer que el único culpable de todos sus desatinos y barbaridades es Leonel Fernández.
El ex-presidente Fernández al creer que Vincho Castillo era su Ángel de la Guarda, y que contra ellos nadie, se sobreestimó.
¡No hay avispa que aguijoné sin que la enculillen! Leonel se quiso pasar de listo; y eso, a veces, conlleva nefastas consecuencias. Las correspondientes a su falta de tacto político, aún están pendientes; y si el ritmo al que van las cosas continúa, lo más conveniente sería “tirar la toalla” y olvidar el tango…