Por Guillermo Cifuentes
“De esta forma en muchos países de América Latina tuvimos por mucho tiempo una combinación de una élite capitalista insaciable, ciudadanos pasivos, un grupo de neo-camaradas muy contentos consigo mismos, y una imaginación crítica social estancada −pues cuando dos grupos opuestos piensan lo mismo, es solo uno el que está pensando−”. José Gabriel Palma
Mientras tratamos de entender las aparentemente extrañas veleidades de la política local no está demás recordar que todavía no se cumplen cuatro meses de las votaciones generales y solo semanas de que sus resultados, al parecer, hayan sido reconocidos por todos. Entonces no puede ser solo un detalle que se desplieguen “esfuerzos ciclópeos” (seguro que fue por lo de un ojo) para o por la institucionalidad democrática.
¿No será hora de preguntarnos qué es eso de la institucionalidad democrática?
En su libro Instituciones políticas y derecho constitucional Maurice Duverger plantea que “la diversidad de las tradiciones y de los contextos nacionales” provoca “una diversidad paralela” en los sistemas políticos, aún cuando “todos disponen de unos mismos elementos básicos fundamentales: representación popular basada en elecciones libres, separación de poderes que garantiza un control del Gobierno por el Parlamento, jerarquía de normas jurídicas basada en el principio de legalidad. Estas instituciones tienen el mismo fin: impedir que el poder político sea demasiado fuerte para salvaguardar las libertades de los ciudadanos.”.
Duverger no olvida que un poder impedido de ser fuerte, deriva en poder que puede ser débil y por lo tanto “vulnerable a los poderes económicos, que no están organizados de manera democrática”. Son los que el autor llama “grupos de presión” cuya “finalidad es orientar la acción del poder hacia sus intereses, sin asumir las responsabilidades de la decisión política”.
Duverger también recuerda que “los partidos políticos constituyen una institución esencial de los regímenes liberales” y “desempeñan un doble papel en la representación política. En primer lugar, encuadran a los electores, es decir a los representados. Encuadran también, a los elegidos, es decir, a los representantes. Son así una especie de mediadores entre elegidos y electores. Esta mediación es discutida, y a menudo en las democracias occidentales se critica a los partidos. Sin embargo es indispensable. Sin partidos políticos, el funcionamiento de la representación política, es decir, de la base misma de las instituciones liberales, es imposible.”
Como ustedes ven, los temas que nos han ocupado no son nuevos, están ampliamente tratados en innumerables estudios y textos con mucha más profundidad que un “paper”, un artículo de opinión o una entrevista televisiva.
Si aterrizamos, si vamos a los hechos que son los que mandan, veremos que estamos ante una situación verdaderamente esquizofrénica. Se está reclamando institucionalidad democrática desde fuera de ella y eso no está mal.
Lo que llama la atención es que quienes ahora reclaman no dijeron absolutamente nada cuando fueron severamente afectadas las instituciones democráticas –representación popular basada en elecciones libres, separación de poderes que garantiza un control del Gobierno por el Parlamento, jerarquía de normas jurídicas basada en el principio de legalidad. Luce que descubrieron el nuevo mundo después de las votaciones que aparentemente perdieron.
Por ejemplo, el tema de la Junta Central Electoral es todo un monumento. Es patético ver a dirigentes políticos a los que el pelo se les puso blanco por los años de lucha partidista reclamando independencia política como prueba de blancura. Es como si dijeran “debe ir a la JCE gente que no sea como nosotros que no somos de fiar”. Y el problema es mucho más sencillo: quienes estén en esa lista deben ser ciudadanos y ciudadanas que sean capaces de actuar en todo momento según una de las instituciones de la democracia: “jerarquía de normas jurídicas basada en el principio de legalidad”.
Al observar el nivel al que está llegando la “polémica” (“No aceptaremos una JCE que sea traje a la medida…”) uno se pregunta ¿qué van a hacer? Luego de que reconocieron los resultados de las votaciones, ese “no aceptaremos” de institucional tiene muy poco. Pero la propuesta que definitivamente le pone la cereza al pastel es la de un “diálogo tripartito entre gobierno, partidos y sociedad civil”. Lo que están proponiendo es la desinstitucionalización completa, puesto que lo que quieren discutir es la composición de la JCE y de la Cámara de Cuentas que es responsabilidad del Poder Legislativo, que no está, por cierto, entre los convocados. ¿O será que lo que esperan acordar con el gobierno es la orden de cómo y por quién votar en el Senado y la Cámara de Diputados? O sea, el propósito es terminar de liquidar otra de las instituciones de la democracia: “separación de poderes que garantiza un control del Gobierno por el Parlamento.”
Amigos y amigas, esto es el mundo al revés. Y sospecho que no es la preocupación por la democracia lo que ha desatado esta orgía participativa, huelo que algo tiene que ver el nuevo director de impuestos internos.
Pero todavía hay más. En el diálogo tripartito el PRM y el PRSC quieren que la “sociedad civil” participe. “Tá bien”, que manden los perfiles, porque obviamente no pueden ir todos: un cálculo rápido daría varios miles y allí cada uno se representa a si mismo, a no ser que COPADEBA acepte ser representado por “Amigos siempre amigos” y el Centro Bonó por el CODUE o viceversa. En términos de eficiencia, en la convocatoria no debería faltar la junta de vecinos que consiguió que la Torre de Plata sea demolida por haber sido construida violando las normas.
En esta Torre de Babel en la que siempre ganan los bilingües, hay que explorar, investigar y encontrar referencias para entender cómo se llegó hasta aquí. Mirando viejos periódicos encontramos ese eterno deambular entre Proyectos de Iniciativas Democráticas (PID) en 1992 en el que la USAID financiaba iniciativas de la sociedad civil, o en el año 1994 en que “convocados por la PUCMM los empresarios gestaron el Grupo de Acción por la Democracia (GAD) con el apoyo económico de la USAID” (Espinal, 2002).
No olvidar el diálogo tripartito de 1988 (centrales obreras, empresarios, gobierno e iglesia) que terminó como terminan los diálogos tripartitos.
Entonces, aquí nada es nuevo, ni la viveza de las “fuerzas vivas”, ni la torpeza de los políticos que prefieren una silla en un salón con aire acondicionado para gozar de un diálogo de señores y monseñores antes que hacer política. Resulta obvio que estos llamados ante las potenciales apariciones de una crisis mayor han tenido siempre como objetivo desactivar el dispositivo democrático que pudiera estar por activarse.
Como todos y todas sabemos, en la Ciencia Política hay suficiente conocimiento edificado como para seguir nutriendo el debate de puras opiniones periodísticas. Es la hora de la academia y de los intelectuales si en verdad se quiere avanzar en, por ejemplo, conocer la siempre conflictiva e interesante relación entre la sociedad civil y los partidos. En ese tenor, voy a terminar mi reflexión de esta semana recordando a un imperdible de la Ciencia Política, Norbert Lechner, que nos dejó una preocupación notable: la de la politización de la sociedad civil y la despolitización de los partidos.