Por Guillermo Cifuentes
“Cuando era joven creía que se podía cambiar el mundo, ahora estoy seguro”. Oscar Castro (ALEPH)
Sin duda las consecuencias de la Marcha Verde y su impacto en la creación de un nuevo relato que ayude a sostener el camino a la democracia es un tema que requerirá de nuevos análisis. Para cumplir con lo que considero una condición para el progreso político dominicano habrá que empezar por hacer los esfuerzos necesarios que nos permitan espantar la sentencia que desde hace algunos años pende sobre la Ciencia Política dominicana como una amenaza, una limitación y una insuficiencia: falta conceptualizar.
Desde hace mucho parece que el objeto principal de la reflexión científica debería ser la democracia y a ello hay que sumarle que en la condición actual se ha ido instalando la idea de que no habrá democracia sin el fin de la impunidad. En ese marco se facilitaría la discusión y se evitaría, por ejemplo, que conocidos y conocidas personalidades del ambiente se despacharan en pleno proceso de comprensión de la Marcha Verde, con propuestas como la de eliminar el senado.
Igualmente, si el tema fuera la democracia no seríamos testigos de los intentos por darle un sentido negativo al cambio, cuando con las calles llenas de gente, se evidencia que es, el cambio, la mejor salida de la crisis en dirección a la democracia (elecciones libres, universales, competitivas, separación de poderes, justicia independiente).
NO SE PUEDE OCULTAR
Entonces, vale la pregunta si acaso en vez de asustar con un descalabro (RAE: “Causar daño o perjuicio”, “Contratiempo, infortunio, daño o pérdida”) respecto del Sistema Político no habrá llegado la hora de asumir que de lo que se trata es de cambiarlo (RAE: “Dejar una cosa o situación para tomar otra”). No hay posibilidad de salir de ninguna crisis sin hacer cambios, por lo tanto quienes anuncien consecuencias apocalípticas están apostando a la mantención de la situación tal cual está, están retando a la mantención de la institucionalidad balaguerista y renunciando a la construcción de una institucionalidad democrática. Eso y no otra cosa es lo que hicieron los que participaron de la Comisión sobre Punta Catalina, que finalmente no tuvo otro uso que el nombramiento de un administrador. En coyunturas como las que vivimos es donde se prueban las vocaciones.
El cambio del Sistema Político no debiera ser motivo de preocupación, pero -usando un término que no me gusta- la única manera de que el descalabro venga es si el sistema no cambia. Ese cambio debe abarcar la forma en que se administra el Estado, en cómo se organizan los poderes públicos y cómo éstos se relacionan. Un cambio que deberá a su vez provocar cambios en la cultura política y en las fuerzas políticas (los partidos) quienes son los que al final del día impulsan el funcionamiento de las instituciones.
Se dice con frecuencia que existe una crisis de representatividad y parece cierto, aunque por razones conocidas no es posible afirmar si esa crisis se puede comprobar electoralmente. Lo que definitivamente no es cierto es la afirmación de que los partidos “son débiles”, puesto que son ellos los que hacen que el sistema funcione.
El problema es que el sistema funciona sin elecciones libres, universales y competitivas, sin separación de poderes, sin justicia independiente.
El sistema de partidos ha tenido cambios notables en los últimos veinte años pero a la hora de analizarlo el temor no es buen consejero. En una síntesis muy útil Eduardo Saffirio, decía que los sistemas de partidos son remplazados (cambio) por otro sistema de partidos, por un golpe de Estado o por el populismo. En el caso dominicano, aún cuando el sistema ha cambiado, los cambios resultan insuficientes vistos desde la perspectiva de la democracia. Lo peor es que los mayores partidos no están apostando al cambio del sistema político, están apostando a su “descalabro”. Eso explica que si alguien revisa no sólo las posturas, también las actitudes frente al escándalo de Odebrecht, no encontrará diferencias decisivas entre el PLD, PRM, PRD y PSRC. La dificultad para avanzar a la democracia, no es la debilidad de los viejos partidos, es su absoluta falta de identidad con la democracia, tanto en su funcionamiento como en sus aspiraciones.
Dice Tironi, que en períodos de crisis el tiempo que se utiliza en conversar es el mejor utilizado, así que escribir –que es una manera de conversar- sobre estos temas, inspirado por la lectura de los periódicos resulta edificante, sobre todo si esa conversación es provocada por la Marcha Verde, especialmente respecto de los contenidos y acerca de cómo se van ordenando los actores en un escenario definitivamente nuevo.
Ya no se pueden seguir ocultando los refajos y falta poco para que cada día vayan siendo más los que se nieguen a seguir respaldando la alianza entre sectores empresariales y políticos que van quedando sin argumentos, aunque conserven todavía grandes cuotas de poder debido al esquema post ocupación de 1916-1924 que puede resumirse en que la política y la administración del Estado quedaron reservadas al tigueraje.
Por último, quiero poner el foco de atención sobre la necesidad de llamar las cosas por su nombre.
Conceptualmente la Marcha Verde, es parte de la sociedad civil: “asociaciones, organizaciones y movimientos surgidos de forma más o menos espontánea que recogen la resonancia de los ámbitos de la vida privada, la condensan y elevándole, por así decir, el volumen o voz, la transmiten al espacio de la opinión pública política” (Habermas).
En otras palabras, es necesario superar la errónea y bastante extendida costumbre de creer, o pretender, que las opiniones de algunas personas sean consideradas como si representaran a la sociedad civil.
La sociedad civil no tiene representantes, por lo que quienes se adjudican esa condición no representan más que a los grupos de presión a los que pertenecen.
Por lo tanto, la Marcha Verde, también dejará en el pasado aquello de “desde la sociedad civil queremos…” para en honor a la verdad decir: “desde FINJUS queremos…”.
cifuentes.guillermo@gmail.com