Por Bonaparte Gautreaux Piñeyro
Los medicamentos esenciales son aquellos que actúan directamente sobre determinadas enfermedades, son aquellos imprescindibles para equilibrar las necesidades del cuerpo.
Recuerdo que en la década de 1970 comencé a pregonar y propugnar porque en nuestro país se fundara una empresa estatal, si se quiere, que produjera solamente medicamentos genéricos. Es decir, medicamentos cuyas patentes, vencidas ya, permitieran bajar el precio de los mismos a niveles que el pueblo pudiera adquirirlos.
Cuando durante el gobierno de mi amigo el doctor Salvador Jorge Blanco se inició el Programa de Medicamentos esenciales que le devolvió el valor al centavo cuando una tableta de aspirina comenzó a ser vendida a ese precio.
Aquello prometía muy bien. Se hablaba de medicamentos esenciales y se presumía que se trataba de medicinas para el corazón, para la diabetes, para los riñones, para los desequilibrios emocionales que pudieran llevar a la pérdida del juicio.
Aunque no sea un axioma parece que mientras más se alarga la edad y se acorta el tiempo por vivir, algunos negocios hacen su agosto, todos los meses, sacando de las costillas de la gente las escasas monedas que entran, debido a que nadie emplea los viejos decentes y serios que nunca robaron ni mataron y por ello tienen precarios ingresos, si los tienen.
Se entiende y se acepta que si un laboratorio de investigaciones invierte todo el dinero del mundo en desarrollar un medicamento eficaz contra el SiDA, el cáncer, u otra enfermedad catastrófica, de algún modo deben recuperar el dinero invertido para llegar al descubrimiento. Para eso están las patentes.
Vencida una patente cualquiera, se puede emplear esa fórmula salvadora para fabricar medicamentos cuyo costo de producción será muy bajo y su precio de venta, popularizado, salvará nadie sabe cuántas vidas.
De 1979 para acá, gobiernos van y gobiernos vienen, se instalan innumerables laboratorios para la fabricación de medicinas y nadie obliga a que se produzcan fármacos baratos para enfermedades que se sabe que se comen la vida.
El gobierno, con dinero del pueblo, gastó nadie sabe cuántos millones de dólares en crear un completo hospitalario para millonarios, con los mejores equipos, los mejores médicos, a precios que parecen de clínicas extranjeras.
Como joven de antes, tengo que comprar medicamentos cuyo precio aumenta un mes si y el otro también. Llevo la contabilidad en el envase de cada medicamento y veo cómo aumentan los precios de manera inmisericorde.
Por supuesto para los ladrones de ayer y de hoy el precio de los medicamentos tampoco es problema, pues ellos tienen los recursos para hacer frente a cualquier tipo de enfermedad.
Lo grave es cuánta complicidad hay para hacerle daño al pueblo y cuán indefensos nos encontramos. ¿Hasta cuándo?.