Por Pedro P. Yermenos Forastieri
Hace un año, nos reunimos en el Colegio Médico para poner en circulación la tesis de mi Tío Salvador. Por ironía de la vida, volvimos a hacerlo para ofrecer el testimonio que está compelido a expresar quien fuese testigo de una existencia extraordinaria.
Nuestra familia celebra la longevidad de tantos de sus integrantes, pero estamos asistidos del derecho a reclamar cuando a uno de los nuestros le arrebatan la vida de tan ruin manera.
Tal reclamo lo haríamos con cualquiera de nuestros parientes, pero sin dudas, quien más merece una manifestación de indignación, es Tío Salvador.
Una existencia como la suya no merece un desenlace de esa naturaleza. Una obra dedicada a proporcionar salud a los más necesitados no debe tener un epílogo antítesis de eso. De ahí que, nuestra familia demanda justicia, profundizar la investigación para que las malvadas manos y el corazón envenenado que cercenaron un ruiseñor respondan por su crimen.
Pero no nos engañemos, podrá hacerse justicia ante el homicidio que colocó un crespón en nuestras almas, pero si como colectivo social no tomamos conciencia del rumbo falso que transitamos, nadie podrá afirmar que esté liberado de ser la próxima víctima de esta barbarie que socava las bases de nuestra convivencia civilizada.
El tipo de medicina que ejerció Tío, que puede catalogarse como homenaje a su naturaleza humana, hizo posible que sectores excluidos de servicios de salud, pudiesen acceder a ellos con óptima calidad.
¿Quién, que lo conociera, y los consultorios donde ejercía con sentido sacerdotal, no podrá concluir que estábamos en presencia de un fiel discípulo de Hipócrates?
Más que a una despedida definitiva, asistimos a la confirmación del final de una vida interesante, que nos impone el reto de cuestionarnos sobre los parámetros que nos sirven de paradigmas en el propósito de trascender. Este personaje, con su simplicidad ilimitada y su indiferencia absoluta ante lo material, estampó su nombre con tinta indeleble de auténtica gratitud, en el corazón de miles de ciudadanos humildes que lo convirtieron en un santuario de salud en las horas aciagas vividas bajo un sistema que los desampara en sus necesidades vitales.
Bajo ese prisma existencial, ¿puede haber alguien con más legitimidad para sentirse realizado que nuestro pariente? No lo creo. Dejo a ustedes, como espejo de vida, una historia especial. Que cada quien acoja de su reflejo los rayos de esperanzas y deseche las inevitables sombras que toda obra humana genera. Como Martí, prefiero del sol hablar de su luz, y no de las manchas que produce con la misma luz con que calienta.
Adiós Tío del alma, admirado Tío Salvador. Cuando naciste, al anunciar el nombre que llevarías, tu madre pronunció unas palabras que el destino impidió que se materializaran. Con ella no pudo ser, pero ante tu recuerdo inmortal, tu familia garantiza que siempre serás nuestro Ángel Salvador.
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