Por Guillermo Cifuentes
¿No has leído amor mío, en NOVEDADES: “Centinela de la paz, genio del trabajo, paladín de la democracia en América, Defensor del catolicismo en América, El Protector del Pueblo, El Benefactor…”?
Le saquean al pueblo su lenguaje. Y falsifican las palabras del pueblo (Exactamente como el dinero del pueblo). Por eso los poetas pulimos tanto un poema. Y por eso son tan importantes mis poemas de amor. Ernesto Cardenal
La transición se ha puesto de moda. Muchos y muchas, sin asumir que el tema tiene casi sesenta años y que ha sido ignorado demasiado tiempo, estaremos de acuerdo en que si algo hubo que pudiera llamarse transición no se corresponde con los estándares democráticos mínimos. Igualmente habremos de reconocer que lejos de avances democráticos significativos todo terminó en un evidente deslizamiento por la pendiente de un régimen político cada vez menos inclusivo en el que las élites políticas demostraron no solo su escasa vocación democrática, sino sobre todo su carácter conservador en cuanto a mantener los clivajes del proceso de balaguerización de la sociedad.
Hay, claro está, detalles que pueden ser parte de un debate pero que no trataré aquí. Lo que me parece importante es señalar lo poco que se podrá avanzar si el concepto y la acción que nace de utilizar la idea de la transición no es asumida como “continuidad” y drama histórico, con responsables con nombres y apellidos tanto de figuras políticas como de instituciones, especialmente los partidos.
En septiembre de 2018 es absolutamente insuficiente e irresponsable poner como prueba de blancura del sistema que a usted no lo van a asesinar en la calle por razones políticas o que puede decir lo que quiera en SIN RESERVAS. Eso es poco, definitivamente poco. Tampoco creo que resulte constructivo empezar a acabar con los “candidatos potenciales”. Ejemplifico: está muy claro que el principal problema del PRD(M) no es tener a un potencial candidato sin talento ni carisma, lo cual quedó demostrado con su actuación en el proceso que concluyó con la aprobación de la Ley de partidos, donde terminó actuando como agente de continuidad del sistema y de la cultura balagueriana de la que es parte. Otra ejemplificación: las “barreras de entrada” que se le han determinado a los nuevos partidos tienen la obvia intención de impedir el surgimiento y desarrollo de grupos políticos alternativos, distintos, si usted quiere.
También resulta clara la necesidad de contar con un número de partidos que no sea excesivo pero lo democrático es que lo determine la ciudadanía votando, por tanto lo que corresponde es poner las menos barreras posibles para que nuevos grupos compitan electoralmente y aumentar las exigencias para que estos mantengan su reconocimiento legal. En cuanto a esto y a la repartición del dinero público se les vio el refajo a los partidos del sistema y las excusas son eso: excusas. Además, no han dicho la verdad pues la negociación en el Congreso estaba hecha antes de que no fuera posible apagar el incendio. Los defensores de la ley, especialmente algunos grupos de presión que dan lastimoso testimonio de su genuflexión para salvar al candidato, a estas alturas imposible, muestran y demuestran lo necesario que es entrarle al tema de la transición y desde dónde urge tratarlo. Hay también que insistir en la necesidad de comenzar a utilizar el “idioma”de la transición y a deducir desde ahí algunas cuestiones básicas en términos de prácticas y a explicarnos las ausencias de la cultura democrática. Insisto, lo de la ley de partidos es el fiel de la balanza de un proceso lleno de dificultades pero que comenzó.
No está demás empezar a “teorizar” sobre la transición (a la democracia) pues a diferencia de otros procesos latinoamericanos aquí no hay antecedentes democráticos por lo que habrá que afinar algunos dichos. Aquí no se trata de recuperar la democracia, se trata de construirla y a partir de ese acuerdo surge una primera evidencia: la élite dominicana no tiene ni la experiencia democrática, ni se les observa vocación por ella (vocare: llamado) y quienes han estudiado estos procesos políticos indispensables nos han dejado cuestiones que sin embargo, por las razones que hemos expuesto, nadie atiende. Y es que cuando se trata de procesos de cambio político hay que poner los cambios políticos en primer plano y como tarea primera. Luego vendrán, gracias al nuevo ordenamiento construido, las reformas económicas y/o sociales. Esto supone algunas cuestiones que no deben pasar inadvertidas. Y aunque “se cae de la mata” que es tarea de los políticos pensar en los cambios económicos, por ejemplo, eso supone también que algunos intelectuales se pongan a pensar en los cambios y dejen las consultorías.
Si usted se fija bien, los partidos del sistema ya se despacharon en la Ley de Partidos la clarísima intención de no avanzar en la democratización del país. Faltan ahora otros sectores -cuya manifestación permanente es su resistencia al cambio- como los grupos de presión y los empresarios que hasta ahora, y es otro ejemplo, han manifestado su oposición a la reelección, pero no creo que sean capaces de resistirse al pacto eléctrico que asoma como la manzana que provocó la expulsión del paraíso.
Y si para avanzar hacia la democratización hay grandes carencias habrá que suplirlas construyendo confianzas y actores capaces de exigirse y exigir algo de coherencia: la falta de institucionalidad no se supera, como lo pretende FINJUS, transformándose en “filtro” y mucho menos promoviendo “gente que ha trabajado con nosotros”. Eso es no entender absolutamente nada de democracia ni de instituciones democráticas. En el Consejo de la Magistratura se tomarán decisiones políticas y en eso el Consejo es absolutamente soberano, mucho más que la Comisión de Punta Catalina que prefirió hacer público un segundo informe corregido.
¿Por qué es imperativo traer estos temas cuando se habla de transición? Simplemente porque hay que partir desde hoy, instalando la idea de los cambios superando los escollos que impiden la democracia hoy. Solo de esa forma se podrán edificar alianzas en un país donde para la felicidad de los que mandan tampoco hay una cultura de coalición. El bipartidismo hegemónico es incompatible con una democracia inclusiva, de la misma manera que no se puede proponer la “idea del cambio de modelo económico” promoviendo el aumento de las exportaciones.
Quedan, como podemos ver, muchos, muchos, temas pendientes y no existe ninguna razón para seguirlos evitando.
cifuentes.guillermo@gmail.com