Por Sin Reservas
Cuando decidimos casarnos, en un 99.9 por ciento es con la intención de hacer crecer la familia, procreando nuestros hijos, para los cuales es nuestra obligación el crearle las condiciones para su bienestar.
Creemos que nadie al planificarlo acude al Estado a preguntarle cuánto se le asignaría mensual por cada uno de los hijos que decidieramos tener, para hacerlos feliz.
Tenemos la obligación y responsabilidad de proveerles de lo imprescindible para vivir. En principio, alimentación, cuidado, educación y cariño o afectos. Más adelante proveerles de conocimientos llevándoles a un Centro de Enseñanza. Y continuar encausándoles hasta alcanzar la mayoría de edad.
Y no es por que lo dice la Constitución de la República, aunque no aparezca en la Carta Magna, nuestros hijos son nuestros «HASTA QUE DIOS LO PERMITA», y así como debemos ocuparnos de ellos (nadie nos regala nada para lograr nuestros objetivos para con ellos) también es nuestro derecho decidir lo que entendamos conveniente en todo.
Y en el caso que nos motiva la contradictoria, controversial y sospechosa -mal llamada vacuna-, experimentada en humanos sin informacion creíble y que para su aplicación debes firmar un «acta de defunción», el Ministerio de Educación no tiene facultad para decidir inyectarsela a nuestros hijos, sin nuestra autorización.
La Constitución de la República, expresa que: «La familia es responsable de la educación de sus integrantes y tiene derecho a escoger el tipo de educación de sus hijos menores», y esto cuenta en todos los órdenes.
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