Por Juan Tomás Valenzuela
No es prudente celebrar
la muerte de un sacerdote,
por más malo y agüizote
que haya sido ese fatal.
Yo no me voy a burlar
(aunque ganas no me faltan)
de estos bandidos que asaltan
desde su mismo prelado
a un pueblo desorejado
que con mentiras ensalzan.
Se acaba de ir Agripino,
lamentamos su partida,
y aunque nunca sirvió en vida
no me alegra su destino.
Quien nunca compartió el vino
con los más necesitados,
hoy deja su pueblo amado
para ir al descanso eterno,
entiendo yo que al infierno,
pues no creo que al otro lado.
Más que lamentar la muerte
del “querido sacerdote”,
que digan a quien su dote
le traerá la buena suerte.
“Si Dios se atreve a acogerte,
Agripino del carajo,
recuérdale que aquí abajo
aún queda López Rodríguez,
que aunque ya no nos fustigue,
fue bien malo ese guanajo.
En lo que lo despedimos
dándole la última unción,
yo aprovecho la ocasión
pá decir que lo sentimos.
Con el alma le pedimos
al justo Dios, de Israel,
que si puede, junto a él
también se lleve a Alvarito,
al sucesor de Pechito
y al bandido de Ezequiel.
Juan de los Palotes
23 enero 2022