Por Sahira Raful
El quiebre político iniciado con el secuestro y posterior destrucción del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), a lo que se suma la notable decadencia del PRSC, representa un punto de inflexión en la política dominicana qué hace tiempo estaba dando señales de agotamiento.
La mayor parte de los países de América Latina habían provocado quiebres sistémico de su estructura política, como es el caso de Venezuela en 1998, el caso de Ecuador 1997 y 2005, Bolivia 2002, Brasil 1997, Argentina en 2001, Paraguay 2008, Honduras 2010 y más recientemente Guatemala 2015.
Casos interesantes en el mundo son el ejemplo de Podemos, nacida al fragor de las protestas de los indignados de la Plaza del Sol en Madrid, al igual que los casos de Irlanda y de Grecia con Syriza.
Estados Unidos en el 2008 provocó un hito al elegir a su primer Presidente negro de la historia, mientras que el movimiento “Ocuppy Wall Street” como la mal llamada Primavera Arabe, que después devino en cualquier otra cosa, mostraba que el mundo entero reclamaba cambios profundos en el sistema político.
República Dominicana no escapa a esa realidad. Desde hace tiempo hemos venido planteando la superación del sistema de los mal llamado partidos tradicionales y en 2012, un empoderamiento masivo de la sociedad produjo las manifestaciones más grandes de los últimos tiempos; lo que ha producido en un aumento de la conciencia cívica que ya venía creciendo con las luchas contra el Rock-Ash, por la defensa del medio ambiente, así cómo por la defensa de Los Haitises y el 4 por ciento para Educación.
La República Dominicana de hoy no es la misma de antes del 2012, ni la misma de antes del Pacto de las Corbatas Azules, ni la misma después de que la reelección de Danilo Medina provocase la última frustración política del presente.
La sociedad Dominicana ha aumentado sus niveles de conciencia, empoderamiento y movilización (aunque no siempre con el mismo nivel) y ha sufrido en carne propia de la política tradicional representada por el clientelismo, la corrupción, la demagogia y, sobre todo, la falta de solución de los problemas nacionales.
Danilo Medina, que se quizo presentar como una diferencia frente a la política de la simulación y el descaro que impuso Leonel Fernández, devino en el gran fiasco para una sociedad que le exigió más una vez, combate a la corrupción, fin de la impunidad, un 4 por ciento para la educación bien administrado, así como un gobierno que resolviera los problemas del país.
La supuesta popularidad que tuvo, no era más que la esperanza del pueblo, para que se diferenciase de Leonel, asunto que solo hizo en la estética.