Por Sin Reservas
Por los conceptos que en ella aparecen, a alguien se le ocurrió que esta carta le va muy bien al INTRUSO norteamericano que se encuentran en la República Dominicana «fungiendo de «embajador»».
Sin lugar a dudas que lo expresado en esta respuesta, no constituye ni el 1% de lo que merece decircele al hoy «embajador» de los Estados Unidos en la República Dominicana, James Brewster.
Pero sucede que esta, lamentablemente, data de junio del año 1994 y esta dirigida a otro INTRUSO, el entonces embajador Robert Pastorino. Pero que guardando las distancias, el sujeto de ahora, ha ROTO todas las barreras, pues esta atentando contra lo mas sagrado LA FAMILIA, y con ella llevarse de encuentro nuestros valores, principalmente los CRISTIANOS.
Transcripción de la Carta que Dirigió Su Eminencia Reverendísima a Robert Pastorino, Embajador de los Estados Unidos de Norte América Nicolás de Jesús -Cardenal- López Rodríguez. Publicada el día Viernes 24 de Junio de 1994. Copia de la Edición del Listín Diario de la fecha.
Honorable Señor Embajador:
Acabo de recibir su carta de fecha de hoy y me dispongo a responderle de inmediato, dada la tardanza con que llegó la misma y el tiempo que me medía entre este día y el 25 del corriente.
Agradezco infinitamente que me brinde la ocasión no sólo de contestar su misiva sino también de aclarar ciertos asuntos relacionados con ella y que han ocupado la atención pública en estos días.
Me informa que el sábado 25 de este mes llegará al país una aeronave militar norteamericana con una serie de donaciones que hacen a la República Dominicana diversas organizaciones del área de Chicago.
El segundo párrafo de su carta se refiere a declaraciones mías recientes, sugiriendo que dicha donación “puede interpretarse como una ingerencia (sic) en los asuntos internos de la República Dominicana”, para concluir con esta cándida pregunta:
“Su Excelencia, ¿deberíamos dejar a la República Dominicana sola en este caso y no brindar ayuda?”
Su comunicación termina con estas categóricas líneas: «Mi oposición personal es no autorizar la llegada de este avión en la República Dominicana hasta tanto no cuente con su opinión respecto a este envío de ayuda humanitaria, el cual puede ser mal interpretado, en cuyo caso adquiriría la denominación de «ingerencia»» (sic).
Dado que mi opinión pesará tanto en su decisión, gesto que me honra grandemente, me veo precisado a dársela y lo hago muy complacido
Honorable Señor Embajador, lamento que su estado de ánimo en estos días, consecuencia de sus propios errores como diplomático, no le permita ver ciertas cosas con más lucidez y serenidad y que, renunciando al puesto que le corresponde, descienda al nivel que refleja su ridícula carta.
Comienzo diciéndole que no hay que tener un cerebro privilegiado para distinguir entre lo que es una injerencia inconcebible, intempestiva, abusiva e inadmisible como la cometida por Usted y su Gobierno a través de algunos compatriotas suyos con ocasión de las elecciones del 16 de mayo, y lo que es una ayuda humanitaria de las que abundan en el mundo.
Pero éste no es un episodio aislado. La historia de América Latina está plagada de intromisiones del género en lo que se refiere a quitar y poner gobiernos, a trazar normas y políticas a los gobernantes de estos mundos y a la celosísima defensa de los “intereses y vidas” norteamericanos, aunque esto exija atropellar a poblaciones enteras y desconocer la soberanía ajena. Por eso gozan de tanta simpatía por parte de estas repúblicas bananeras, como se dignan llamarnos respetuosamente, y se nos conoce en determinadas instancias periodísticas, económicas y de poder de su nación.
Por desgracia, para cometer tantos desafueros y desatinos no les han faltado por acá en todo momento cómplices y alcahuetes, quienes no disimulando su vocación de reptiles les han mendigado indigna e impúdicamente sus favores.
Aunque hay que reconocer en honor a la verdad que frente a esos traidores carentes de patriotismo se han levantado figuras cimeras que los han denunciado y combatido gallardamente. Los recordamos con veneración.
Debo decirle, además, Señor Embajador, que su carta no me ha extrañado en absoluto porque viéndole actuar como diplomático en nuestro país me pregunté en más de una ocasión a qué institución privada o gubernamental dominicana Usted pertenecía para permitirse tantas libertades y moverse por la geografía nacional, haciendo muchas veces declaraciones claramente reñidas con su investidura. Hasta llegué a pensar que es un nuevo estilo diplomático, rarísimo por cierto, que está estrenando su poderoso país.
Volviendo al motivo original de esta carta, y como su “posición personal es no autorizar la llegada del avión referido a la República Dominicana” hasta tanto no cuente con mi opinión, le aseguro, Señor Embajador, que coincido totalmente con Usted en que no se autorice dicho aterrizaje en suelo dominicano (yo, si dependiese de mí, lo prohibiría definitivamente), por considerar, que nuestra condición de pobreza, aunque es seria pero llevada con mucha dignidad, no llega al extremo de pordiosear limosnas humillantes, sobre todo cuando las mismas pueden ser interpretadas, no como injerencias, sino como forma de silenciar a quienes como el suscrito nos resistimos a aceptar la dádiva que destila su infeliz carta. Además resulta curioso que esa donación llegue precisamente en estos días cuando hay otros momentos para hacerla.
Pero como su país está librando una batalla tenaz por reponer en la vecina República de Haití al señor Jean Bertrand Arístide, creo que dicho avión podría muy bien unirse al séquito que lo acompañará en su regreso triunfal a Puerto Príncipe. Le garantizo que esa ayuda será más necesaria allá que aquí y nosotros la cedemos generosamente.
Por último, quiero dejar bien claro que los conceptos emitidos por mí con relación a su Gobierno y su política, de ninguna manera los aplico al gran pueblo de los Estados Unidos al que siempre he admirado por su nobleza y magnanimidad, y donde tengo innumerables amigos.
Honorable Señor Embajador, como sé que parte muy pronto del país siento la necesidad de desearle un viaje muy feliz y sobre todo más éxitos en los negocios a que se piensa dedicar que los cosechados en su efímera carrera diplomática.
Contando con dejar satisfechos los pedimentos de su carta, le saluda atentamente,
Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez.
Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Primado de América.