Por Ricardo Bustos
Un día cuando era muy niño y nada sabía de pobreza o riqueza, escuché a un señor muy pobre que hablaba con otro más pobre todavía por no tener un lugar donde pasar la noche de invierno en mi Ciudad. Nada entendía este niño de política o gobierno y sociedad, solo me atrapaba la idea de esperar la llegada del nuevo día e ir a jugar…¡ casi nada… jugar ¡..y en las veredas o la calle de tierra en donde solo era “molestado” muy de vez en cuando por algún carro tirado por caballos o el vecino en su bicicleta para ir a su trabajo.
Hoy a mi edad, imagino aquel diálogo de estos dos pobres que quizá no llegaban a los 50 años, pero para mí ya eran «viejitos» y estoy seguro que no formaban parte de aquellos a los que la buena fortuna los pueda llevar a la búsqueda de una nueva oportunidad ya que por su forma de comportarse había en sus actitudes una cierta resignación y casi diría que aceptada por ambos.
Seguramente ninguno de los dos esperaba la ayuda de un gobierno de turno, pero si sabían que algún vecino al paso de sus figuras por el barrio los iba a tener en cuenta con algo para alimentarse o alguna ropa de abrigo para sobrellevar esos duros inviernos.
Obviamente estos dos buenos hombres no hablarían en sus encuentros preguntándose si sabía cómo cerró la bolsa hoy o cuánto costaría el dólar mañana.
Algo de esta vivencia quedó en mis retinas para siempre y es la figura de dos perros a los que he bautizado como de raza “ter-bal” (terreno baldío) pues pertenecían al típico grupo del cusco callejero que solo regalan ternura y basta que uno le toque su cabecita para que se desarmen en mimos.
Esta reflexión tiene por objeto revalorizar la unión entre el pobre y su mascota, quienes solo exigen como única condición para compartir sus vidas un gesto de “lealtad y afecto”.
Un caso emblemático de los tantos que han existido es el de “Alicio”, un perrito que durante mucho tiempo esperó en la puerta de un Hospital argentino a su amo, quien al parecer, nunca regresaría… Este leal perrito acompañó a su amo muy enfermo al hospital, quien lamentablemente falleció. Desde aquel momento, el fiel amigo no se apartó del lugar y permaneció día tras día, en la puerta del nosocomio, esperando a su amo y compañero y llegando a conmover tanto a los trabajadores profesionales y vecinos, al punto que lo alimentaban a diario y brindando calor y protección, incluso una Doctora lo adoptó bautizándolo con el nombre de “Alicio”.
El poeta y cantor Alberto Cortez, hace tiempo escribió una canción dedicada precisamente a los perritos de la calle, que bien puede ser para los perritos de los niños o de los pobres y en una de sus estrofas dice:….
«…Era nuestro perro y era la ternura,
esa que perdemos cada día más
y era una metáfora de la aventura
que en el diccionario no se puede hallar».
Quizá por aquellos tiempos de los dos hombres pobres a los que creí ver viejitos, los dos “callejeros” que los acompañaban nunca tuvieron dueño, pero si estoy seguro por mi amor a los perros que fueron los hombres quienes se sintieron adoptados por esas mascotas que le regalaban cada día todo su afecto hasta que el destino decidiera quien se iría primero.
“La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente”, Francois Mauriac – (1905-1970) Escritor francés.
El autor es: Locutor Nacional-Comunicador
Capiovi Misiones, Argentina
DNI 7788556