Por José Luis Taveras
Sigo aturdido por la confusión; no sé cuando llegamos a esto. Ni siquiera sé definir qué es “esto”.
Encendí la radio de mi auto. El visor digital del aparato fue mostrando el recorrido automático de lo que antes llamábamos dial, haciendo paradas de cinco segundos en cada emisora reconocida. Mi hijo, de tres años, me acompañaba extrañamente quieto y atento. Mi rubor se acentuaba en cada estación sintonizada y para que tengan una idea de mi tormento, este fue apenas un tramo del audiorelato:
98.7 FM: “mami, este es tu DJ de la hora; el superchulaso; vengo a darte de tó por donde te gusta hasta que grites: yaaaaaaaa, dame esa cosha… mamasota”.
100.3 FM: “ …yo toy de acuerdo, coño, con que la policía mate a esos delincuentes”.
100.7 FM: “…a la hora de vellaqueal tú no me da pa ná; anjá, papá ¿y tú me va a dejá topá? Me guta que me azoten, que me rompan el bumper…a la hora del perreo tira uno na má; anja papá y ¿tú me a dejá topá?,…topaita, topaita y na má. Yo soy la vellaca…”.
101.5 FM: “A eto peledeíta na má le falta que le pongan un motor fuera de borda a la mardita isla para que se la lleven con tó y Haití”.
103.5 FM: “me vienen a saquial medio escabiao de la talla, tú, maricón, y la oveja maya y el sangano Willy. Ya toy miao de tanta emoción, ¿qué pasa? te corrite la paja a do mano. Depué de escuchal eta canción, una ovación: son Los Siete y Aniquilación (Omega “El Fuelte”)”.
Quedé súbitamente ausente de razón y voz. El instinto raptó mi perdida mirada al rostro de Sebastián, quien ya repetía como eco el maldito estribillo urbano:
“anjá, papá ¿tú me va a dejá topá?”.
No sé si mi tardía paternidad se pliega de recato o las canas me recuerdan la distancia que me separa de esta generación, lo que sí me quedó infaliblemente claro es que nuestro mundo ha cambiado, tan rápido, tan inadvertido.
La experiencia fue apenas una muestra capsular de nuestro presente: una sociedad regresada a lo primario; de respuestas más emocionales que racionales; vulgarmente moderna, libremente prosaica y meritoriamente tribal.
Si a eso le llaman progreso, prefiero los taparrabos y las flechas antes que las tabletas electrónicas, los adictivos hábitos digitales, los mall o las torres minimalistas.
Nos prometieron educación, sueños de progreso, dignidad de vida y derecho a ser más. Cincuenta años de libertad no bastaron. Ni la inmolación de vida joven en nombre de pendejos ideales, ni la viril resistencia armada en tiempos de apuros patrios, ni las voces silenciadas con el gatillo del miedo.
Un pasado honorable parió un presente tan ignominioso. Hoy, este residuo social abriga a las nuevas generaciones con la sombra de su glorificado envilecimiento. El fracaso moral es el legado más preciado de la democracia, y el oportunismo trepador, la más encumbrada virtud.
No sé que será de esto en algunos años; o si en esos años contaremos con esto. Lo cierto es que sin en el camino no encontramos la ruta, no habrá razón que imponga su verdad porque los instintos sociales dictarán su ley en nombre de la justicia negada, de la sensibilidad cauterizada y de la dignidad abusada.