Por Ricardo Bustos
Aunque en la actualidad sus notas son de lectura diaria, el centenario y prestigioso Diario santafesino El Litoral, publicaba en el año 2013 un artículo brillante con la pluma del escritor Rogelio Alaniz, que bien podemos traer, cinco años mas tarde a nuestros días y comprobar que nada ha cambiado bajo el sol en el país.
He tratado con el mayor respeto, de «copiar» las sabias palabras de quien interpreta la situación económica, político y social desde las fibras íntimas de la realidad. Con el título ¿Cuándo se jodió la argentina? aquí un fragmento de la publicación.
«Una empecinada y viscosa sensación de fracaso, una sospecha cada vez más fundada de que somos una nación que marcha a la deriva, una certeza de que podríamos haber sido un país mucho más justo y más libre si las pésimas opciones políticas, las alienaciones ideológicas, la obsesión casi enfermiza de ir a contramano del mundo no se hubieran impuesto con la consistencia de un sentido común regresivo, anacrónico y sentimental en el peor sentido de la palabra». Todo eso y mucho más nos ocurre cuando pensamos en la Argentina.
“¿En qué momento se jodió Perú?”, se pregunta el personaje de “Conversación en la catedral”, por lejos la mejor obra escrita por ese gran novelista que es Mario Vargas Llosa. La pregunta que nos deberíamos hacer admite una ligera variación; ¿Por qué se jodió la Argentina?. Fuimos grandes, tuvimos todo a mano para ser una nación próspera y justa e hicimos y hacemos todo lo posible para seguir precipitándonos en el fracaso, hundiéndonos impávidos en el más desolador tiempo del desprecio.
¿En qué nos equivocamos?.
¿Qué hicimos mal?.
¿Una burguesía parasitaria, rentística, desentendida de sus responsabilidades?.
¿Un movimiento obrero corrompido, burocrático, decidido a practicar la consigna del sálvese quien pueda?.
¿Intelectuales alienados, incapaces de pensar al país en serio?.
¿Jóvenes irresponsables, decididos a arrojarse en el charco de la ignorancia con la mejor de las sonrisas?.
¿Sacerdotes alejados de la verdad del Evangelio?.
¿Periodistas tramposos y corruptos?.
¿Políticos venales que conciben al Estado como un botín?.
Cualquiera de estas imputaciones puede refutarse con buenos argumentos, cualquiera de estas imputaciones puede ser injusta o incompleta, pero también cualquiera de estas imputaciones en algún punto da en el clavo. Si todo estuviera sucio, si el fango fuera el único escenario visible, la situación sería grave pero al menos estaríamos en condiciones de elaborar un diagnóstico preciso acerca de nuestra decadencia. Lo curioso es que en la Argentina los trazos gruesos de la decadencia, los huellones del fracaso están matizados. Todo anda mal pero existe la vaga sensación de que con un mínimo esfuerzo, con un toque de lucidez y coraje todo podría empezar a andar bien. ¿Ilusión o trampa?
La Argentina no es solamente un país pobre, un país injusto; es, sobre todas las cosas, un país fracasado. Si alguna vez el desarrollo fue nuestro horizonte, hoy la deplorable realidad nos dice que somos un país “desdesarrollado”, es decir un país que retrocede, que ha despilfarrado sus dones y sus dotes. La imagen que mejor nos representa es la de aquel patricio que alguna vez fue inteligente, rico y virtuoso, en tanto que sus hijos y sus nietos son exactamente lo contrario. La leyenda cuenta que en Pavón el padre de Julio Roca, retornó al campo de batalla para sacar a su hijo empecinando en seguir disparando con su cañón a pesar de que la batalla estaba perdida. Cuarenta años después aquel jovencito -que ya había sido presidente de los argentinos- ingresará una noche al Club Social para sacar a su hijo de la oreja, no porque se estuviera jugando la vida o el honor, sino porque se estaba jugando el campo en una mesa de póker.
Ni San Martín ni Belgrano, Isidorito Cañones. Como él hemos aprendido a gastarnos las herencias de los abuelos, los tíos y los padres; a vender las joyas de la abuela, con la casa, el piano y la guitarra. Y a consumirnos el capital de nuestros hijos. Arribismo e irresponsabilidad es lo que hemos aprendido. Y ese estilo instalado como un vicio o como un destino de vivir en un eterno presente, de vivir con la certeza de que una cosecha, un ciclo económico, algún azar del planeta nos va a resolver los problemas. En los últimos años hemos demostrado ser unos maestros en el arte de perder oportunidades, despilfarrarlas miserablemente encogiéndonos de hombros y con una sonrisa canalla.
La Argentina, anda mal, marcha sin rumbo y todos los días se enreda con un problema nuevo.
¿Cuándo se jodió la Argentina?.
¿Por qué se jodió la Argentina?.
¿Quiénes jodieron a la Argentina?.
Buenas preguntas para hacerse, sobre todo cuando la certeza de que estamos jodidos es una de las escasas seguridades compartidas. No viene al caso extraviarnos en los laberintos de la historia o en el espeso universo de las estadísticas. El presente nos alcanza y sobra para pensar aquello que Le Pera expresó con palabras premonitorias: la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Yo no diría que en la Argentina todo anda mal, pero sí diría que anda mal todo aquello que para una nación debería ser lo más importante. Hay que decirlo con todas las palabras: la única actividad económica, el único modelo de explotación y desarrollo que el kirchnerismo logró consolidar y ampliar en la Argentina, se llama La Salada. Ése es su horizonte económico, su ética del trabajo y su concepción práctica acerca de lo que concibe como modelo nacional y popular.
El balance, en este sentido, no puede ser más lamentable. Miremos a nuestros vecinos y la única emoción que se despierta son las ganas de llorar. Hoy el ingreso per cápita de Argentina está por debajo del de Chile y Uruguay. Brasil nos ha sacado tanta ventaja que ya nos hemos resignado a ser su satélite. Es que los Kirchner no han eliminado la pobreza; por el contrario, la han consolidado, ampliado e institucionalizado. El país está partido en dos, y unos y otros están conformes con ese destino. Los circuitos que alentaban la movilidad social de otros tiempos se han roto o se han obstruido. Lo que hay es un ancho y árido territorio de miseria y pobreza, una desolada tierra baldía asistida por traficantes interesados en que todo siga así porque esta realidad los beneficia.
Y sin embargo, alguna vez, la Argentina aspiró a ser un país de clase media. Fue su mejor momento. Evocar aquellos años es descorazonador y doloroso, el dolor, la desazón y la mustia melancolía del viejo calavera o la antigua madama que se miran al espejo y descubren en el rostro las marcas, las cicatrices, las huellas y las arrugas de los desengaños, los fracasos y las esperanzas perdidas.
«El “Vamos por todo” de los K se suponía que era la totalidad del poder político. Hoy la totalidad es la del saqueo. Hegemonía. Hegemonía que los clásicos pensaron como liderazgo político y moral. Mas los K lo transformaron en liderazgo para el saqueo. De Gramsci a Scarface». (fuente; Diario El Litoral- Santa Fe).
El autor es: Locutor Nacional-Comunicador.
Capiovi Misiones, Argentina
DNI 7788556