MI VOZ ESCRITA, Por Jorge Herrera
El presidente Danilo Medina va en carrera loca, desbocada y sin control hacia un boomerang que él ni sus “asesores”, cortesanos y alabarderos podrán evitar. Todos, sin excepción, están obnubilados por el manto obscuro de lo fácil; y tienen la falsa creencia de que como son ellos, y ellos mismos son, no hay Damocles que los detenga.
En lo que a Danilo concierne, sin mucho apuro se puede notar una predisposición morbosa por la trascendencia personal; un desprecio enfermizo a sus propias metas. Llegar siempre más allá de lo que se ha propuesto, es su norte; capitalizarlo todo sin parar mientes ni en la forma ni en el fondo.
Una patología que, además de ser sutilmente aberrante, es muy peligrosa; en tanto y cuanto, la actitud se presta a confusión. Cualquier cristiano con más buena fe que voluntad de hurgar en el trasfondo hermenéutico de un nada típico comportamiento, puede pensar que el propósito del sujeto de marras es hacer uso de su legítimo derecho a la superación.
¡Nada más incierto! Ese no es el caso ni podría serlo jamás; pues, entonces, se estaría tratando de un caballero, por demás virtuoso, y Danilo es la antítesis de todo lo que siquiera huela a moralidad. El presidente Danilo Medina Sánchez es un ladino congénito.
Igual que los bizcos y los cojos de nacimiento, todos, son especímenes que llegan a la vida llenos de odio. La existencia de esos seres se vuelve un peregrinar sin fin entre perversidades; el resentimiento que los impulsa es tan arraigado y profundo que ni la muerte misma puede operar un despojo que los libere del fardo de maldades que arrastran, acaso en justa penitencia.
Es de ahí, sin lugar a dudas, que deriva el saltimbanquismo que acusa el sinuoso accionar de Danilo en la vida pública. En verdad, sino es imposible, al menos es difícil encontrar un político con el prontuario transfuguista que registra en su haber el presidente Medina.
En definitiva, lo de Danilo no está escrito, y es sumamente difícil que aparezca quién lo escriba con éxito. Sin embargo, lo cierto es que él mide sus logros en función de los resultados obtenidos sin importar cómo. El pragmatismo perverso del político sin escrúpulos.
Pero, además, está convencido de que cada uno de sus pasos está siendo guiado por una “buena estrella” que sólo en su obtusa forma de ver las cosas es posible; como les fueron posibles verlas a los que le antecedieron en el afán de creerse predestinados.
Francamente, no sé por qué me asalta la idea de que, no es ocioso concluir que, en premio a su nada envidiable conducta el príncipe del averno le esté soltando soga…
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