Por Ricardo Bustos
Llevo muchos años sobre la piel. Soy oriundo de la Ciudad capital de la Provincia de Buenos Aires, La Plata.
Cuando veo por televisión la imagen de una familia dominada por la droga y el alcohol en San Miguel, con la muerte de una pequeña niña a manos de sus tíos, cierro los ojos por un instante e intento recordar mi infancia para tratar de comprender lo que no tiene explicación.
De niño y porque tenía familiares en Derqui, Pilar, San Miguel, Jáuregui y Moreno, cuando llegaba la época de las vacaciones, podía elegir el destino y renacía en mi la ilusión por volver a ese mundo de armonía y paz que me brindaba la posibilidad de encontrarme con la naturaleza y los seres queridos.
Recuerdo que uno de los hermanos de mi padre, el tío Ángel, se había jubilado en la fábrica de neumáticos Michelín y abrió un típico almacén de barrio cerca del viejo hospital de Moreno, camino al Club Los Indios. En aquellos tiempos, la zona era dominada por el hermoso paisaje del verde que rodeaba a las casas quintas. Una de esas propiedades pertenecía a mi tío y en ella pasaba parte de mis vacaciones disfrutando del tanque australiano (que utilizábamos como pileta de natación).
En Pilar, frente a la Estación del Ferrocarril San Martín, vivían mis tíos Domingo y Ana (ambos guardabarreras, mi tía fué la primera mujer en ese oficio) y aunque sea unas horas, los visitaba y disfrutaba de su compañía. Tía Ana, era una mujer muy educada y para los que la han conocido, se parecía mucho a la «Madre María», una Dama que sus seguidores espirituales la veneran hasta hoy.
Mi recorrido turístico continuaba visitando a tía Antonia y su esposo Adolfo, (Antonia hermana de Ana de Pilar y Adolfo hermano de Domingo) quienes vivían en el histórico pueblo de Jáuregui, frente a las vías del Ferrocarril Sarmiento y a pocas cuadras de la Estación. La galleta de campo todavía caliente que traía la tía de la panadería Grattone y la leche recién ordeñada, eran el punto de partida del nuevo día en mi aventura de verano y a esa edad.
Hoy, cuando veo que todos los servicios de transporte dan lástima por las huelgas, falta de higiene, cumplimiento de horarios y una inseguridad que da miedo, desfilan por mi mente aquellos días de infancia. Apoyado en el marco de la ventana de la cocina, observaba el paso de los trenes con una frecuencia horaria matemática, con locomotoras a vapor y vagones de madera. Si bien es cierto que había diferentes clases de pasajes, todos se distinguían por la higiene y buen estado de sus asientos. Ahora, con el paso del tiempo me doy cuenta que la gente no rompía nada y eran educados a la hora de compartir un viaje.
Pueblo Nuevo, (Hoy más conocido como Flandria, por su equipo de fútbol) era mi siguiente destino por aquellos años de vacaciones. Don Julio (Jules Steverlynk) era el dueño de la fábrica textil algodonera “Flandria”. Había nacido en Bélgica, en 1895 y en 1928 trasladó su planta en Valentín Alsina, hasta su último emplazamiento con la fábrica que dio trabajo a cientos de mujeres y hombres de la región. Además de ofrecer a sus empleados salarios dignos, con beneficios que por entonces no existían en estas tierras, Steverlynk, diagramó el tejido urbano. Con enormes facilidades, entregaba a sus trabajadores terrenos de 800 metros cuadrados para la construcción de sus viviendas. A cada trabajador, el día de su cumpleaños, bautismo, nacimiento de un hijo o casamiento, le llegaba al domicilio un presente que su señora esposa preparaba con rigurosa prolijidad.
Todos mis tíos y primos, eran gente humilde, de trabajo.
Esta hermosa historia que llevó en mi alma, produce en mi, sentimientos encontrados, porque toda la región donde pasaba mis vacaciones, era lo que hoy se conoce como “Conurbano Bonaerense” en sus diferentes cordones ya que son tres los que lo integran, el primero bordea la Capital federal y así se van sucediendo hasta llegar al tercero y lejos estaba por los tiempos de mi niñez la posibilidad de imaginar en que se ha convertido aquella belleza terrenal que me regaló los mejores años hasta la adolescencia.
Quizá como mi caso haya muchos y seguramente, habrán disfrutado como lo hice yo pero con el sabor amargo de un presente de tristeza por ver en qué situación ha dejado la dirigencia política en su conjunto a los hermosos pueblos que fueron parte de una Argentina, lejana en el tiempo que muchos quisiéramos volver a ver y vivir.
Quizá, debamos reconocer que en mis tiempos, la gente no necesitaba dejar sus pueblos huyendo hacia las grandes ciudades por falta de oportunidades, pero eso no justifica la violencia que hoy impera en el conurbano bonaerense, donde se vive hacinado, con familias que no lo son, y un Estado, que alimenta vagos para cautivar aún mas a sus votantes a la hora de necesitarlos.
El siglo XX se nos fué de las manos hace apenas menos de una década y con el también un mileño. Cualquiera que tenga mas de 20 años, ha transitado por los mismos senderos y muchos, se han convertido en cómplices silenciosos al aceptar la destrucción y compartir las «libertades» del tejido social sin control.
Los veteranos no veremos más aquella Argentina, la duda mía es ¿Quién podrá vivir lo que hemos vivido los mayores?
«La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos». Platón (427 AC-347 AC) Filósofo griego.
El autor es: Locutor Nacional-Comunicador.
Capiovi Misiones, Argentina
DNI 7788556