MI VOZ ESCRITA, Por Jorge Herrera
La megalomanía concupiscente del doctor Leonel Fernández sin subjetividad alguna, es la causa fundamental del acelerado, seguro e irreversible fracaso que le espera a su carrera política en la bajadita del decoro, sita en el número 18 del Bulevar Julio.
Inevitablemente, allí habrá de encontrarse el señor Fernández con el monstruo que cual Leviatán encantado, pues no es otra cosa que la reencarnación de la serpiente que desgració a la humanidad a través de la legendaria Eva, que él sólito creó con el enfermizo amor a los bienes materiales que acunó, luego de ser un desarrapado a quien favoreció la suerte.
Ese recurrente delirio de grandeza que acusa Leonel con su actitud, después de que el azar le bendijo la existencia, lo marcó para siempre, como si fuera un animal al que se estampa; sólo que su estigma no hay manera de borrarlo.
Tendrá que llevarlo a cuestas más allá de la muerte, gracias a la justiciera memoria de la historia.
Desde tiempos inmemoriales se ha dicho, se cree y se pregona que “las ocasiones las pintan calvas”; y, es absolutamente cierto. Se trata de una advertencia atinada y seria a los que por negligencia u otra actitud injustificable no las aprovechan, para que luego no aleguen que no las pudieron asir con los consabidos lamentos y lloriqueos.
Tengo la convicción de que el doctor Leonel Fernández, no obstante la inteligencia que le endilgan, a veces se comporta como un cretino. Una persona que imbuida por ciertas ideas de superioridad a ultranza, cree que puede manejar a los demás a su antojo.
Su identificación con el personaje orwelliano de la obra Rebelión en la Granja, con que durmió al electorado nacional en las elecciones de 1996, lo retrata de cuerpo entero.
Pensó que a los peledeístas, incluso a Danilo, los iba a domesticar para instaurar su tiranía personal…