Por Ricardo Bustos
Por esta sana y constructiva manera de mantener vivo el interés del permanente aprendizaje, a diario y gracias a esta maravilla de la tecnología que representa Internet bien utilizado, recorro las páginas de los medios informativos del mundo y ello me permite poner en la balanza todas las opiniones para analizar como estamos ubicados los argentinos en el planeta.
«PanAm Post», es un portal de noticias y análisis de las Américas, que publica con la pluma de Víctor Maldonado C., Director de CEDICE , una asociación civil privada sin fines de lucro, fundada en 1984 en Caracas, Venezuela. Sus lineamientos son, libertades individuales, derechos de la propiedad privada y la economía de libre mercado. El Centro cuenta con varios observatorios, el económico legislativo, de energía, de ciudadanía, de emprendimientos y de economía informal. Maldonado, es además Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio de Caracas.
Resulta imposible hacer una síntesis de su ensayo, habida cuenta de lo interesante que resultan sus afirmaciones relacionadas con la familiaridad de los casos que expone con la mayoría de los países que integran nuestra América por estos días.
Relata Víctor Maldonado que «No son únicamente las guerras y las catástrofes las que son capaces de destruir un país. También lo pueden hacer las malas decisiones de sus ciudadanos y de los convocados a dirigirlos. Es, en ese sentido, una responsabilidad compartida alrededor de una misma disposición al saqueo. No puede denominarse de otra manera la adhesión fundamentalista al populismo y la concomitante sumisión al caudillo. Un «pueblo idiotizado», unas clases medias profundamente ignorantes y concupiscentes, y un líder disolvente, son tres características cruciales para acabar con cualquier país. Ese es el caldo de cultivo que luego permite avanzar sin mayores problemas hacia una fatal desintegración. Pero:
¿Cuál pudo ser la secuencia que nos trajo hasta aquí?
¿Cuáles serían los diez pasos que cualquier tirano debería considerar para imperar sobre las ruinas de su república?
Al parecer el siguiente compendio de indicaciones fue inicialmente escrito por Lenin, aunque se tienen por ciertas las enmendaduras y correcciones hechas por Stalin, a solicitud de Lavrenti Beria. ¿Cómo llegó a las cálidas tierras cubanas? Algunos dicen que fue por intermedio de León Trotsky, y que ese fue precisamente el cuadernillo que se extravió en ocasión de su asesinato.
Algunas hojas se han perdido con el paso del tiempo, pero lo que queda de él perteneció a la biblioteca perdida del Che Guevara. Fidel Castro, hizo enmiendas importantes, por lo que se le reconoce su más reciente actualización.
1. Apóyese en los mitos que afirman el fracaso de los latinoamericanos. Insista en las tesis de las décadas perdidas y de la traición contumaz a la gesta de los libertadores. Dude sistemáticamente de las instituciones y explote la insatisfacción con lo que hemos llegado a ser como países. Mantenga el desacuerdo generalizado sobre el futuro, acuse al «sistema» de negar cualquier posibilidad de mejora, tenga su lista de ladrones y corruptos, desmadre la política y declare enemigo a cualquiera que se oponga al cambio que merecen los pueblos. Insista en que solamente un hombre fuerte es capaz de recomponer la situación. Recuerde siempre que un pueblo que se sienta frustrado siempre buscará quien lo saque de su fiasco. Y lo hará ciegamente.
2. Practique el populismo lo más intensamente posible. Invístase de ese halo mesiánico que caracteriza al que supuestamente «todo lo puede hacer». Preséntese como el defensor de las causas del pueblo oprimido. Ofrezca venganza y un nuevo comenzar, sin esos partidos y dirigentes de la vieja guardia «que se lo robaron todo».
Amenace con tomar la justicia por su propia mano. Denuncie la voracidad de los empresarios. Señale los vínculos inconfesables de los privilegiados con el imperialismo. Acuse al neoliberalismo internacional de hambrear al país. Exija mejores precios para los commodities que soportan el rentismo nacional. Explote el nacionalismo más abyecto, y prometa sin pausa, y sin pensar en los costos. Proponga una Asamblea Nacional Constituyente que le entregue al pueblo el poder originario y restaure sus derechos arrebatados. No conceda cuartel a lo habido. Critique todo, ofrezca un cambio total, prometa distribuir la riqueza del país más igualitariamente, y repudie el mérito.
3. Transfórmense en el líder que necesitan las masas. Construya para si mismo una épica «gloriosa». Conspire, intente dar un golpe de estado, si es posible pase una temporada en la cárcel, visite a Cuba, hágale un altar al Che, adopte los «trajes Mao » y guerreras militares como uniformes, mantenga un programa de televisión que se llame «aló presidente», ordene cadenas de radio y televisión todos los días para cualquier cosa, hágase el imprescindible, centralíce todo, y organice constantemente puestas en escena con el pueblo como telón de fondo. Cómprese tres o cuatro intelectuales de izquierda que lo deifiquen y escriban tesis sobre «el amanecer de los pueblos» gracias a su constante preocupación por la suerte de los oprimidos. Hágase reconocer por la lista de los «abajo firmantes» como el ciudadano esclarecido que necesita el país para restaurar la república. Cante, baile y vístase como los más desposeídos. Insista en su origen popular. Muestre orgullo por su carencia de estudios y su superficialidad intelectual. Búsquese rápidamente un enemigo externo, trate de mover las emociones del populacho e intente, incluso, hacer de si mismo una nueva religión donde usted es el santón. Nunca olvide que la crueldad es un atributo exclusivo de los dioses de la política, y usted es uno de ellos.
4. Expropie, expropie, expropie. Olvídese de las garantías expropiatorias previstas en la constitución. Practique la justicia popular. Invoque esa falacia de que «toda propiedad es un robo». Argumente que tierras, empresas, inmuebles, activos productivos, inventarios, e incluso el capital humano, pueden ser objeto de expoliación a favor de «esta nueva etapa revolucionaria». Haga ver que las cosas son de quien las necesita y no de quien las produce. Sírvase de «teorías conspiparanoicas» para hacer ver que detrás de cada propietario hay una conjura contra el pueblo. Quíteles todo, póngalos presos, extorsionen a sus familiares, y hagan una gran celebración con la repartición de todo lo valioso. Si por casualidad no le conviene manejar la destrucción de la empresa, entonces regule los precios de los productos por debajo de los costos, organice la cola del saqueo y propóngase como el héroe de los precios justos. Cuando no quede nada que repartir, justifíquese diciendo que contra el gobierno hay una guerra económica que no quiere que el socialismo tenga éxito.
5. Cada idea descabellada transfórmela en una empresa pública. Organice monopolios con cualquier actividad que a usted le parezca «estratégica». No importa si se trata de una vaquera, un chiquero, una siembra de maíz, cemento, centrales azucareras, siderúrgicas, minas de oro, o explotación de hidrocarburos. Todo lo que pueda arrebatarle al sector privado conviértalo en gasto público. Entregue la gestión a sus amigos más fieles, no importa si saben o no del negocio -porque en manos del socialismo no hay negocios sino saqueos-, no se olvide de darle la tajada correspondiente a los militares. Olvídese de la productividad, la calidad y la efectividad. Se trata de aparentar y de tener una masa crítica clientelar que se vean obligados a acatar cualquier decisión del régimen. Recuerde siempre que la consigna es «cada empleado público es un leal servidor del régimen». Y no olvide tener esos propósitos descabellados como lanzar satélites, gasoductos continentales, energía nuclear y carrera armamentista.
6. Asuma que la productividad es enemiga del pueblo y una trampa del capitalismo. No se trata de ser competitivo sino de ordeñar las ubres hasta que queden secas. Por eso mismo regule precios, limite los costos, aumente sistemáticamente el salario mínimo, eso sí, sin consultar a nadie, mucho menos a los patronos privados. No permita la libre importación y establezca aranceles altos para todos los bienes importados. Suba los impuestos y organice un sistema de tasas y contribuciones parafiscales para «ayudar al deporte», «mejorar la tecnología», «combatir las drogas», «desarrollar las telecomunicaciones», «financiar las universidades», y cuanto se le ocurra patrocinar desde el sector público, pero usando los ingresos privados. Denuncie el egoísmo como un vicio de los capitalistas y enarbole la justicia social como excusa para acabar con todo lo que parezca eficiente. Como usted es el patrono de todos los empleados públicos, olvídese de la disciplina fiscal y de las restricciones presupuestarias. Gaste, gaste, gaste, sin tomar en cuenta si antes ha producido los recursos. Imprima dinero -para eso está el Banco Central y la Casa de la Moneda- y reparta bonos a todos sus trabajadores. Otorgue pensiones de jubilación a todos los que se lo pidan, y no intente ninguna relación entre los que aportan y los que reciben ese beneficio. Si se trata de construir casas, contrate las opciones más caras, aunque sean las más malas, porque primero está «la solidaridad entre los pueblos». Eso sí, tenga cuidado de otorgar las viviendas, pero reservarse la propiedad. Allí está el truco, que todos mantengan esa dependencia que transforma a los hombres libres en siervos sumisos.
7. Todos siervos del gran hermano llamado régimen. Destruya el mercado, acabe con la capacidad adquisitiva de los salarios, aniquile las empresas, devaste los empleos, asole a los empresarios, extinga el emprendimiento y cuando no haya ni oferta ni demanda organice un sistema de racionamiento de los beneficios a través del carnet de la patria -un sucedáneo del documento de identidad-. Entregue sin regularidad temporal una bolsa de comida, que solo sirva para sobrevivir, aunque se pierda peso. Olvídese de diferenciar entre familias con niños y familias con ancianos. Todos tienen que acostumbrarse a comer poco de lo mismo. La leche maternizada, los pañales, las proteínas, las toallas sanitarias o las pastillas anticonceptivas son todas ellas «instrumentos de dominación capitalista» y herramientas para la dependencia. Recuerde siempre que «ser rico es malo» y tener muchas cosas impide que los demás obtengan algo. De esta forma tendrá a buena parte de la población domesticada y ansiosa, esperando la próxima bolsa que conseguirá haciendo la siguiente fila.
8. Dentro de la revolución todo. Aplique desde el principio el modelo socialista de la impunidad. Para un «buen revolucionario» no hay ley ni límites. Para el resto solo queda represión y el estar permanentemente en ascuas. Los disidentes tienen que sentirse observados, vigilados; deben estar constantemente padeciendo el miedo de que en cualquier momento llegue la policía política o la delincuencia -da lo mismo- y tome ventaja. Póngalos presos y no les otorgue ningún beneficio. Violente sus derechos y tírelos al olvido. Que sepan esos políticos divergentes «cómo es que se baila este tango cuando no llevas bien el ritmo». Hay que edificar dos países. El de la nomenclatura de privilegiados que sustenta al régimen, y el resto que debe pasar hambre, miedo, represión y desahucio. Para los primeros no objete nada, llénelos de dólares, permítales la corrupción, la posesión de armas, los crímenes, el narcotráfico, los coqueteos con la guerrilla, la articulación con el terrorismo internacional. Reserve para ellos las mejores mujeres, los mejores vinos, el «escoces» más sofisticado, y los trámites por la línea rápida. Al resto sométalos a la espera sin fin. Condicióneles la identidad, niégueles el pasaporte, háganles sentir los rigores de la extorsión y el chantaje, haga que se hinquen a los pies de su fotografía implorando piedad. Exaspérelos mientras ruegan por una medicina. Racióneles el agua, córteles el servicio eléctrico, no les permita trabajar en el sector público y tampoco en el sector privado. Construya listas de excluidos de cualquier beneficio. Humíllelos constantemente, trátelos como gusanos, llámelos gusanos.
9. Haga todo lo posible para que las clases medias abandonen el país. Estimule la desbandada. Dé razones para que la gente pierda la esperanza. Fracture a las familias. Haga de las partidas una épica personal. Provoque a los que se vayan una sensación de triunfo y a los que se quedan sentimientos de derrota y de fracaso. Destruya el servicio consular y ponga payasos impresentables en las embajadas. Se trata de dejarlos al garete -a los que se van-, apátridas que no pueden votar, ni registrar a sus hijos, ni procesar documentos. No limpie el registro electoral para que esos ausentes hagan bulto y sean objeto de las trampas a favor del régimen. Ahórrese recursos que ellos demandarían en comida y servicios públicos. Mándele ese problema al resto de los países, oblíguelos a negociar con usted «porque si no lo haces te mando un gentío, recuerda a los marielitos». El objetivo es la menor población posible.
10. Compre colaboración y financie el elenco que finge ser oposición. No hay nada más barato que un encuestador fraudulento para generar la necesaria confusión cada vez que se simulen elecciones libres. La cuenta no se incrementa demasiado con un puñado de intelectuales orgánicos que prestan servicio mercenario, y que dejan colar algún mensaje convenientemente desmoralizador. Los empresarios también suelen ser útiles. Me refiero a aquellos que están dispuestos a todo con tal de lograr un contrato, un privilegio, una protección, o simplemente algo de relevancia. Pero donde está el verdadero negocio es en la cooptación de políticos que estén dispuestos a desempeñar «el valioso papel» de ser la contraparte de todas y cada una de las jugadas del régimen, tanto si convoca a mesas de diálogo y negociación como si es necesario montar un fraude electoral. Esos «políticos» siempre estarán allí para argumentar a favor, usar los mismos alegatos de la tiranía, lubricar la percepción de la realidad, y hacerle más fácil la vida al régimen. Ellos compendian la traición de las élites ilustradas de los países.
Ellos siempre son «la izquierda exquisita» que se lucra de la desdicha de sus connacionales. Al resto censúrelos, cierre los medios de comunicación, obstaculice su funcionamiento, oblíguelos a la quiebra, y cuando estén desesperados, cómprelos. Nada más barato que el silencio.
Al final del manual hay una frase garabateada por el autor original: «No puedes hacer una revolución con guantes de seda». Ella lo dice todo.
Así las cosas y observando la similitud en todos los líderes que han aplicado las reglas del «manual», será difícil convencer al pueblo dominado por estos políticos que se hicieron dueños del libreto, que hay otra manera de hacer grande a una nación y es aquella que lleva implícito el sacrificio y trabajo, columnas vertebrales de una cultura que, lamentablemente hoy, ha sido destruida.
«Gobernar es el arte de crear problemas con cuya solución mantiene a la población en vilo», Ezra Pound, (1885-1972) Crítico y poeta estadounidense.
El autor es: Locutor Nacional-Comunicador.
Capiovi Misiones, Argentina
DNI 7788556