Por Guillermo Cifuentes
“Entre las diversas maneras de matar la libertad, no hay ninguna más homicida para la república que la impunidad del crimen o la proscripción de la virtud”, Francisco de Miranda
La excesiva presencia de fuertes adjetivos calificativos para referirse a los protagonistas de la ley de partidos y del “escándalo” Odebrecht comprueba la evidente incomprensión sobre los dos principales temas en discusión de estos últimos días.
Maltratar a quienes son sin duda responsables de tales dolencias no ayuda a lo que debiera ser lo más importante: superar positivamente la situación. Aunque cueste reconocerlo se trata de juegos pesados que están muy lejos de despuntar en mejorías.
Lo que está ocurriendo respecto de la ley de partidos y del tema de Odebrecht merece una atención mayor pues se trata, en ambos casos, de asuntos estructurales que tienen que ver con el espíritu del sistema político y por lo tanto con su supervivencia. Ver así las cosas ayudaría a entender y ayudaría a avanzar en propuestas políticas que sean efectivas en cuanto a mejorar la calidad democrática de las soluciones.
Es imposible desconocer el hecho de que buena parte de quienes participan de la discusión sobre la ley de partidos parece ignorar qué es una primaria. La variopinta muchedumbre va desde quienes aspiran a un sistema electoral competitivo, a nostálgicos del “fallo histórico” y a los que no pueden asociar las dificultades con cuestiones más sistémicas. Se ha dicho que son las primarias las que impiden los acuerdos (el afán de consensos me parece una grosería) y a estas alturas podría ser muy ilustrativo que respecto de los temas que nos ocupan dejáramos de buscar las diferencias y nos pusiéramos a encontrar las conveniencias en el marco de la cartelización de la política.
Mejor decirlo por boca de los que saben: “… los partidos cartel, cuyas campañas son ya casi exclusivamente intensivas en capital, profesionalizadas y centralizadas, y se apoyan cada vez más, en la obtención de recursos provenientes del Estado, como subvenciones y otras ayudas” (Richard S. Katz y Peter Mair, 1995). De la cita vale destacar la “obtención de recursos provenientes del Estado” para poner en primer plano el acuerdo que existe entre los cuatro partidos del sistema (PRD, PLD, PRSC y PRM) respecto a como repartirse los recursos, castigando a los partidos más pequeños y eliminando la posibilidad de competencia que substituyen por sus paternales llamados a la unidad.
Comentábamos hace más de cuatro años que las elecciones cartelizadas, sin normas legales que ayuden a la competitividad, “van transformando la democracia en una forma de ‘estabilizar’ y no de cambiar. En un sistema dominado por el partido cartel la democracia y sus rituales electorales pasan a ser “un servicio que el Estado proporciona a la sociedad…” decíamos en esta misma columna el 7 de enero del 2014.
Aquí vale recordar los acuerdos que buscan evitar una mayor “ciudadanización” mediante las primarias y ya veremos qué es lo que terminarán proponiendo acerca de la ley que incluirá las votaciones y los escrutinios. Hay que tener cuidado, y alguien le pondrá nombre a la aparición de un presidente de partido que es ahora el defensor de la soberanía de los militantes cuando ocupará el cargo por casi veinte años, tiempo en que la soberanía de los militantes no ha contado para nada.
“…según nuestros autores de referencia, en el partido cartel la competencia debe ser contenida y el hecho de que parezca desatada no implica que esté fuera de control. La práctica de la cooptación es sin duda una forma exquisita de ‘contener’ la competencia y mantener a todos contentos.” (GC, 22 de enero de 2014). En ese aspecto también vuelven a observarse las prácticas de los cuatro partidos del sistema. El o los partidos que están en el poder “pagan”, los demás reciben o esperan. A nivel interno también las competencias se “contienen”. Si lo dudan basta recordar la convención del PRM, infinita y con su pacto en el génesis. Al final los partidos del sistema no pueden ir más allá, pues son partidos que tienen “líderes” pero carecen de dirigentes. Ni para caudillos les alcanza. Lo que sí rebozan son sus ofrendas permanentes a la desinstitucionalización (no se sabe cuando andan de caudillos, de “líderes” o de candidatos).
El “affaire” de Odebrecht no es otra cosa que el sistema funcionando y si lo entendemos asi resulta más sencillo comprender los comportamientos de los partidos que hegemonizan el sistema de partidos y hacen posible el funcionamiento del sistema político.
No es posible que alguien confíe en quienes dicen que defenderán los derechos de “nuestros compañeros”.
Aquí hay que defender los derechos de TODOS los que están acusados, no solo de los compañeros, y avanzar en completar la lista, pues es obvio que no resulta creíble que esa cantidad de millones se repartiera entre tan pocos y sobre todo hace falta defender los derechos de los diez millones de dominicanos que esperan el fin de la impunidad. Es decir que el Estado no renuncie a aplicar la ley. Eso de que los míos nada tuvieron que ver en el 92% de los recursos y no hay proporción en el número de los acusados tiene una respuesta demasiado obvia y no es más que jugar al empate. Tengo la impresión de que el énfasis se debería poner en los que faltan, pues los que están van a tener trabajo. Y, claro, los cuatro partidos del sistema nada dicen de lo más obvio: de uno no hay ninguno.
La impunidad es el “coquí” del sistema, le da motivo y cohesión, permite que funcione, impide que cambie, no le gusta la democracia ni las elecciones competitivas, y quienes la quieren, deben aprender que los ciclos políticos y por supuesto las transiciones no duran cuatro años. Es poco probable, además, que en el caso que comentamos este ciclo dure menos, por lo tanto ante tamañas evidencias es el tiempo de las alternativas pensadas, de tiempos políticos construidos con realismo. Y este es un ejercicio que también habrán de hacer los movimientos sociales, especialmente la “Marcha Verde” que no puede ser sorprendida con el hecho de que en mayo de 2020 hay elecciones.
Es lo que hay… que cambiar.