Por Ricardo Bustos
Es bueno leer, investigar y en base a ello, sacar nuestras propias conclusiones.
Falta muy poco para las «celebraciones» de Noche Buena o Año Nuevo, las que casi siempre traen alegría y esperanza a millones de seres que esperan un futuro diferente. La vida no es mas que eso, avanzar hasta que un día el camino se hace angosto y debemos estacionar en la banquina. En ese momento, nos damos cuenta que nuestro viaje vino acompañado de años, muchos años que se fueron acumulando en nuestro cuerpo y las fuerzas para desarrollar aquellos viejos proyectos ya no son las mismas.
Según un estudio realizado por la Universidad de Maimónides, debido al avance de la ciencia, para el 2040, la población de más de 65 años habrá aumentado un 157 %. Serán personas lúcidas, capaces de rechazar con firmeza el abandono de sus hogares. Cantidad vs. calidad. «Todos los progresos científicos han agregado años a la vida, pero no vida a los años. En el futuro habrá más viejos que requieran internación en un geriátrico», dice el psicogerontólogo italiano Leopoldo Salvarezza.
Flavio y Luciano Guglielmo, no querían ir al geriátrico. Habían pasado buena parte de sus días en Monselice, un barrio de techos bajos al norte de Italia (provincia de Padua), y a los sesenta y cinco años los hermanos –gemelos– todavía tenían ganas de seguir viviendo ahí. Por eso, la mañana del 23 de julio del año 2009 , en el preciso momento en que llegaron los médicos para llevarse a uno de ellos (Flavio) a un asilo, los Guglielmo procedieron al modo del neorrealismo italiano: arrastraron un aparador contra la puerta de entrada, se declararon atrincherados y advirtieron que nada ni nadie los movería de Vía Confortin, la calle que los había visto envejecer.
«Tengo conmigo dos molotov, como Rambo –dijo Flavio, por teléfono a la agencia de noticias ANSA, una vez que se vio rodeado por bomberos, policías y psiquiatras–. Si se van, si me dejan en paz, entonces todo okey. Pero si los veo escondidos por ahí, ya está decidido: tiro unas molotov y después me corto la garganta. Yo al asilo no quiero ir. Si voy allá, muero».
Este episodio tuvo en vilo a toda Italia, porque la escena parecía guionada por Fellini, ya que era la primera vez que dos «viejos» defendían su dignidad con una terquedad salvaje y porque esa historia abrió la puerta a un panorama que, en un futuro bastante inmediato, se volverá más usual. Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, para el 2040, la población de sesenta y cinco años en adelante aumentará en un 157 por ciento (pasará de 506 millones a 1,300 millones), y la vejez vendrá marcada por dos características: será lúcida (debido a los avances de la ciencia) pero no gozará de una autonomía física acorde a la mental (porque la ciencia tampoco hace milagros). Por eso, en un futuro, la escena de «no quiero ir al geriátrico» –es decir, el rechazo espabilado y explícito al encierro– se tornará cotidiana y dolorosa.
¿Por qué no quieren estar en un asilo?. Principalmente, porque si bien hay geriátricos de puertas abiertas –donde se les permite salir, hacer talleres, sentirse acompañados por equipos interdisciplinarios, buena parte de las instituciones se parecen a depósitos humanos donde los ancianos pierden su privacidad, viven bajo los efectos de un chaleco farmacológico y hasta pueden estar atados: tres factores capaces de despertar el pánico en cualquier persona.
«Hay lugares que confirman el horror que todos podemos tener a que nos quiten nuestro hábitat de toda la vida, sobre todo en una instancia en la que la mayoría de la gente mayor no es dependiente» –dice la doctora Graciela Zarebski, directora de la carrera de Gerontología de la Universidad Maimónides y autora del libro «Padre de mis hijos, padre de mis padres».
En el caso de los hermanos italianos, este horror, sumado a que evidentemente se avasalló su derecho a decidir sobre su propia vida, los hizo defender la libertad de una manera extrema.
En su blog «Crecimiento y Bienestar Emocional”, Silvia Russek, relata que «El miedo a envejecer nace de los mitos sobre la vejez y de una serie de actitudes equivocadas, tanto de la gente mayor como de la sociedad en la que vive».
«Nada nos hace envejecer con más rapidez que el pensar innecesariamente en que nos hacemos viejos» , dijo George Christoph Lichtenberg, profesor de física y científico alemán.
Lo cierto es que en esta vida actual, por un lado están (o estamos) aquellos que en la jerga «burrera» se nos conoce como «los que doblamos el codo» y en el otro extremo los adultos que no quieren dejar de pertenecer a la adolescencia, pero les gusta tener hijos y criarlos como sus hermanos y es allí donde se produce ese gran abismo entre los padres de antes y los hijos de ahora a quienes, según parece les molesta “»ocuparse» de los viejos que los trajeron al mundo.
Está comprobado que los padres pudieron criar y educar a ocho hijos, pero esos ocho hijos no son capaces de «cuidar y dar amor» a esos padres, por ello en muchos casos, como si fuera un lavado del alma, los llevan a un asilo porque creen que en esos «depósitos humanos», estarán contenidos y nada está mas lejos que ese pensamiento.
Todos llegaremos inexorablemente al final de nuestros días con pecados, lo bueno es darse cuenta cuando aún falta un largo camino por recorrer, corregir el rumbo, para que cuando esos padres ya no caminen por las verdes praderas de la vida, los hijos no sientan cargo de conciencia.
«El verdadero mal de la vejez no es el debilitamiento del cuerpo sino la indiferencia del alma». André Maurois (1885-1967) Novelista y ensayista francés.
El autor es: Locutor Nacional-Comunicador.
Capiovi Misiones, Argentina
DNI 7788556