Por Manuel Núñez
Ocurrió hace ya más de medio siglo, cuando un autor desconocido dio a la estampa La exterminación añorada (C. Trujillo, Editora Montalvo, 1957).
Se trataba de un oscuro funcionario de la Cancillería dominicana, que había sido cónsul en Cabo Haitiano y en Puerto Príncipe. En esos años, aprendió el criollohaitiano; conoció a fondo esa sociedad; trabó relaciones de amistad con Jean Price Mars; y fue de los primeros intelectuales en leer La República de Haití y la República Dominicana (Port au Prince, 1953). ¿Quién era, en verdad, Ángel Salvador del Rosario Pérez (1911-1996)?.
En ese año de 1957, cuando publica la respuesta que había concebido a la obra de Jean Price Mars, se desempeñaba como embajador consultor de la Cancillería, y había publicado algunos ensayos, y había obtenido un premio del ateneo dominicano. Dos años más tarde, anunciaba varios libros: “El Quijote al revés”, “Santana y la supervivencia”, “Trujillo y el sueño”.
Luego de la caída del dictador el 30 de mayo de 1961, se desató una terrible cacería de brujas. Tras la muerte dramática de José Joaquín Gómez quedó traumatizado, y se encerró con sus dos hijos en la Ortega y Gasset, número 7. Durante veintiocho años permaneció enclaustrado en la casa sellada; la única que solía salir del encierro era su esposa, Rafaela Elvira Hernández, quien trabajaba y entregaba las traducciones que hacía del inglés y del francés del Rosario Pérez.
Creía que moriría sin ser descubierto. Se equivocó; en diciembre de 1989, la periodista Nuria Piera, penetró abruptamente en su intimidad, con las lumbres y las cámaras de televisión; puso punto final a su encierro voluntario de más de ocho mil días.
Entre los dominicanos La exterminación añorada siguió siendo un libro desconocido. El libro de Price Mars fue publicado por la Sociedad dominicana de Bibliófilos en 1995. La obra del dominicano quedó, en cambio, sepultada e ignorada, y acaso menospreciada. Price Mars hace un retrato fundamentalmente negativo de la sociedad dominicana. Presenta el deseo de Independencia de los dominicanos como un síntoma de racismo.
En esos momentos, se presentaba la negritud como un movimiento liberador que debía ser adoptado por los dominicanos. Todas las falacias escritas en los tres volúmenes de Price Mars fueron aupadas y calladas con una mezcla de cobardía, frivolidad e ignorancia. Así la tesis según la cual la historiografía de Haití comienza con la llegada de Cristóbal Colón; la maraña de mentiras que convertía al cacique Enriquillo, a la cacica Anacaona y Caonabo en personaje de la historiografía de Haití y el enfoque, que le atribuye a los haitianos la historiografía precolombina y colombina resulta rotundamente falsos.
Toda la isla fue colonia española desde 1492 a 1697. Los haitianos son derechohabientes de bucaneros y filibusteros, y el desarrollo de la población que se asienta en la porción occidental de la isla, perteneciente a la colonia francesa de Saint Dominguie se proyecta a partir del siglo XVIII.
En esa batalla, Ángel del Rosario Pérez se enfrentó con el delirio intelectual de Price Mars. Toda la explicación de la sociedad haitiana se fundamenta en la negritud. El esfuerzo que hace el autor haitiano consiste en establecer una cultura negra común entre los haitianos y los dominicanos, fundada en un ideal negrocéntrico, que anularía, según éste, a la República Dominicana. Como tal propósito era totalmente delirante, irreal, inaceptable. Nos insulta. Nos llama bovarystas. Nos acusa de creernos lo que no somos. Nos tilda de enajenados.
Cuando Price Mars dio a la estampa La República de Haití y la Republica Dominicana, del Rosario Pérez que había tenido antes magníficas relaciones con el intelectual haitiano, no aceptó las falsificaciones que emplea contra los dominicanos. Estudio a fondo todos los insultos y las deformaciones historiográficas expresadas en la obra de Price Mars. Se centró en las predicciones catastróficas que representan la conclusión de la influyente obra, que le inspiraron el título de su libro de respuesta. Porque, por muy extravagante que parezca, Price Mars imagina la exterminación del pueblo dominicano. He aquí la conclusión de La República de Haití y la República Dominicana:
Sería necesario que los dominicanos estuviesen decididos a renunciar a la superioridad de las razas y clases sociales y a inscribir en los hábitos de su pueblo un sentimiento diverso del odio y desprecio al vecino. Fuera de dichas contingencias no hay perspectiva sino para la matanza y la destrucción de una comunidad por parte de la otra.
No quiero ser profeta de desgracia.
Pero, tal como le sucedió a Casandra, veo el horizonte ensombrecido por grávidas nubes de tormenta. (Sto. Dgo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1995, pág. 813)
Hubo dos reacciones inmediatas a los vaticinios de nuestra destrucción. La primera fue de don Sócrates Nolasco, quien escribió lo siguiente:
“Y este hombre influyente en su nación, capaz por presunciones de aconsejar una guerra preventiva, fue Ministro de Relaciones Exteriores y embajador en Santo Domingo de un país pegado al nuestro. ¿Qué guerra de Troya padecemos en esta isla?, ¿ Por qué el Dr. Price Mars, antes de prever remedio en el exterminio, no lo encuentra en que cada cual se quede pacíficamente en su territorio”.
De momento se figuran que son menos fuertes, uno de sus grandes historiadores obseso, clama que en isla será necesario que un pueblo destruya al otro, si los dominicanos no se curan de un prejuicio incorregible ¡Médico peligroso, el que concibe que exterminar al paciente es el remedio único! (S. Nolasco: Viejas memorias, pág.253).
Posteriormente, Emilio Rodríguez Demorizi, el más insigne de nuestros historiadores documentalista, sacó a la luz, con una documentación apabullante, las mentiras de Price Mars. Dice Rodríguez Demorizi en la conclusión de su estudio: “Los dominicanos de hoy tenemos conciencia de nuestro presente y de nuestro porvenir (…) Cuando Haití acepte esa realidad, como nosotros los dominicanos damos al olvido todo resentimiento por sus pasadas depredaciones, estaremos en franca vía de la definitiva convivencia” (Invasiones haitianas de 1801, 1805, 1822, Editora El Caribe, 1955)
La idea de la exterminación del pueblo dominicano es, desde luego, muy anterior. Aparece en El Diario de una misión secreta a Santo Domingo (1846) escrito por el teniente de marina David Dixon Portero. El militar estadounidense fue encargado de elaborar un informe, en plena guerra domínico-haitiana, para tomar la decisión de reconocer la Independencia de los dominicanos. Logró entrevistarse con el Presidente Jiménez, con el general Pedro Santana, con Pepillo Salcedo y tras un periplo por todo el país, se traslado a Haití. En algunos pasajes muestra el sentimiento de uno de sus presidentes, el general Riché, contra los mulatos y contra los dominicanos:
“Riché fue una vez general bajo el emperador Christophe, cuando aquel sangriento déspota se resolvió a deshacerse de todos los mulatos. Fueron despachadas órdenes secretas a todos los generales de división para que dieran muerte a cada mulato, a cierta hora. Sin entrar en detalle de toda esa conspiración, contaré la parte que Riche tuvo en ella. (…) Cuando Christophe estaba esperando impacientemente recibir noticias del éxito de su horrible trama, Riche se apareció ante él, con las manos aún oliendo a sangre de sus víctimas.
“Señor—dijo—he cumplido vuestras órdenes y para demostraros el profundo amor y devoción que tengo por vos, yo con mis manos he dado muerte a mi esposa y a todos mis hijos, que eran mulatos. Al servir al Estado, no dudé en sacrificar a los míos”. Christophe, con toda su maldad, no pudo dominar su indignación ante un hecho tan sucio: “Bruto—exclamó—hay, por consiguiente, un hombre peor que yo mismo”. Y, llevando en la mano un bastón de punta afilada, como era su costumbre, lo empujó en el ojo de Riché y lo privó de la vista.
Una vez que fracasó una trama para matar a todos los dominicanos en una noche, atravesó con su espada a su perro favorito: “Si no puedo tener sangre humana—dijo—derramaré la de lo que más amo “. (Sto. Dgo, Sociedad de Bibliófilos, pág. 253).
Podría creerse que esas ideas se refieren a momentos estrambóticos, y ya olvidados, de la historia haitiana. Los hombres desaparecen; pero la supervivencia de las ideas se proyecta mucho más allá. En una obra colectiva, Ayiti y República Dominicana en el umbral de los 90 (SD, Cipros, 1992), la socióloga Susy Castor comienza, con un aire amenazante, la introducción de ese libro con los vaticinios de Price Mars.
Otro libro, Les relations haitiano-dominicaine. Ce que tout Haïtien doit savoir de la République dominicaine (Port au Prince, Cahier du CHUDAC, 1997) del ex Presidente Leslie Manigat vuelve a plantear l’exterminación añorada.
Según este señor, para evitar la confrontación entre las dos naciones que comparten la isla de Santo Domingo, se impone una integración de ambas naciones. Es decir, que echemos por tierra los resultados históricos de la independencia dominicana de 1844. Propone Manigat que modifiquemos la historiografía y lleguemos a una integración. Tal como aparece expresada con un dejo de lamentación “la federación haitianodominicana bajo el nombre de Quisqueya” (pág.801).
Se trata no solamente de la cooperación económica a corto y mediano plazo entre la República de Haití y la República Dominicana, sino de una integración económica entre los dos. Las nuevas generaciones haitianas y dominicanas encaran el problema sin complejos y sin subestimar las piedras del camino (…) Que se deje a los técnicos y a los responsables políticos el estudio de las modalidades de las etapas del proceso de integración (pág. 35)
A seguidas, concluye con una amenaza. Porque esa perspectiva no forma parte del proyecto de los dominicanos.
“Es una cuestión de filosofía personal entre dos posibles. Yo veo uno, el mal, fácil solo hay que dejar actuar la fiera que hay en nosotros. Pero he escogido el otro, el bien; difícil pero hay que hacer triunfar el ángel que hay en nosotros».
Los haitianos nos ponen delante de un dilema y un chantaje. O aceptamos la integración y desmantelamos nuestra Independencia, o nos acusan y nos desacreditan como racistas, partidarios del apartheid y otros horrores.
Tratan de importar sus conflictos raciales a la República Dominicana. Se trata de ideas simplonas que han seducido a algunos historiadores dominicanos, que han empleado el resentimiento racial para analizar la realidad dominicana. Nosotros hemos dicho parafraseando a Martí que los negros han vivido demasiado tiempo en la esclavitud para ahora entrar en la esclavitud del color. Dominicano es más que negro, más que blanco y más que mulato.
Examinando la etapa de dominación haitiana en Santo Domingo, y la nostalgia que estos sienten por ese período de unificación bajo un mismo Estado, el teniente David Dixon Porter hace el comentario siguiente:
“Creo que el experimento ha sido suficientemente probado. Esta fuera de toda duda, que los haitianos son incapaces del gobierno propio o de gobernar a otros, porque las leyes que han hecho son tan injuriosas para la prosperidad, para la moral y tan destructoras de la vida; que la isla sobre la que tuvieron jurisdicción ha estado yendo hacia atrás en los últimos veinticuatro años”
En otro pasaje de su importante Diario, Dixon Porter le rinde un homenaje a la lucha de los dominicanos, proclamando que aún aislados en la diplomacia internacional, los dominicanos, han demostrado un enorme patriotismo.
No atendidos ni ayudados cuando levantaron sus voces a pedir reconocimiento de su independencia por las naciones más destacadas, se han mantenido a sí mismos hasta el tiempo actual, con fuerzas opuestas a ellos diez veces más superiores en número y con un patriotismo nunca superado por ningún otro país (pág. 7).