Por María Celsa Rodríguez
En Argentina nos hemos ido convirtiendo en una sociedad extorsiva. Uno de los campos donde más claro se verifica este fenómeno es en materia educativa. Nuestros docentes extorsionan a la sociedad amenazando con no dar clases, convirtiendo así a nuestros estudiantes en verdaderos rehenes. Amenaza que siempre llevan a cabo, excepto que reciban algún beneficio material directo a cambio. De fondo la gran pregunta en este tema es: ¿realmente a quién le interesa en Argentina un sistema educativo que funcione?.
Buscando respuestas en cada sector podemos afirmar que:
- A la amplia mayoría de los docentes sólo les interesa la estabilidad laboral, el sueldo y los beneficios que reciben.
- A la amplia mayoría de los padres les interesa que los chicos vayan al colegio, aunque no parece importarles mucho si aprenden o no, puesto que ven a las instituciones educativas como una especie de “guarderías” obligatorias.
- Los chicos van al colegio porque hay que ir, porque disfrutan del recreo con sus amigos y porque comen cosas que les gustan sin el control de sus padres.
- Al gobierno de turno le preocupa que no haya clases y trata de negociar rápidamente con los docentes para evitar conflictos que empañen lo que les queda de imagen positiva.
Pero a nadie parece importarle el problema de fondo: la falta de educación de calidad
Los acuerdos políticos salariales con las organizaciones sindicales se asientan sobre un modelo sistémico y obsoleto, donde la presión entre más días de clases que desea la sociedad frente a la exigencia de un mayor salario impuesta por los sindicatos, termina convirtiéndose en una guerra pendular que acapara el escenario del inicio de clases de cada año. Y es así como el estruendoso fracaso de la educación en Argentina termina siendo directamente proporcional al número de docentes mediocres que han sentenciado a la calidad educativa a una clara decadencia que se supo agravar enormemente durante la “década ganada”. Década durante la cual, la supuesta política nacional y popular de inclusión tuvo la “feliz” idea de nivelar a los estudiantes hacia abajo y el sindicalismo se acomodó como si los Kirchner fueran a gobernar para siempre.
El centro del problema de la educación son los sindicatos docentes – como bien lo había dicho Steve Jobs y lo ha reiterado Betsy DeVos – quienes impiden la meritocracia, no valoran el esfuerzo, ni la dedicación en su auto denominada política de igualdad. Se enfocan en reclamar mejoras salariales, pero muy poco en incrementar la calidad educativa que brindan, ya que eso iría contra sus propios intereses, alineándose así en una gran mediocridad, que no habilita competencia, porque son “profesionales” que no continúan capacitándose ni especializándose y sólo se limitan a cumplir un horario, en repetir lecciones como aves parlanchinas, sin la más mínima ambición de crecimiento personal, manteniéndose así al margen de todo lo que en el resto del mundo es considerado intelectual, académico y prestigioso.
En varios otros países de América Latina, el problema docente tiene una lectura muy similar en el contexto de su problemática: la alta tasa de natalidad ha traído como consecuencia una alta tasa de escolarización, mientras los docentes reclamaban reducir el números de estudiantes por curso, para mantener el control y manejar mejor la currícula. Sin embargo los “procesos sociales” de planificación central impuestos por políticos populistas, han producido una clara depreciación de la calidad educativa en el área pública, mientras la educación en el sector privado se ha sabido mantener una mayor calidad y mucha menos conflictividad, ¿Por qué? Porque el sistema público cuenta con empleados menos capacitados que no compiten con nadie y sus estatutos especiales los sostienen sin importar si el docente que esta frente a una clase es óptimo o no. Es así como la pulseada entre los sindicatos educativos y el gobierno de turno legitima las exigencias docentes y la huelga se termina contaminando de otros condimentos que dejan en claro que el fondo del problema es mucho más obscuro.
Hasta la mitad del siglo XX los sindicatos docentes reunían en sus filas a sectores integrantes de la clase media donde la capacitación profesional docente y la calidad educativa eran lo prioritario. Con el tiempo y con el ingreso de las ideas populistas al área educativa en nuestro continente, las ideas de izquierda se convirtieron en un mero centro de proyección ideológica. Es así como las banderas de la revolución cubana y los lineamientos del socialismo del siglo XXI, marcaron la senda del empobrecimiento de la calidad educativa, sumándose los “movimientos sociales” al mundo sindical y así las políticas igualitarias pusieron al mismo nivel al estudiante mediocre y al estudiante estudioso y aplicado, del mismo modo que lo hicieron con los docentes incompetentes y los verdaderamente preparados.
En mi país, una vez más y como todos los años, los sindicalistas amenazan al gobierno y a la sociedad con no iniciar clases, usando a los estudiantes como verdaderos escudos humanos. Si bien el derecho a huelga es un derecho constitucional que tiene todo trabajador, existen algunas excepciones, y las mismas están previstas en el ámbito de la educación, el transporte y la salud. En los referidos casos, los reclamos perjudican directamente a los derechos de terceros; en este caso particular, afectan los derechos de nuestros jóvenes. ¿No era que se venía el cambio?
* María Celsa Rodríguez Mercado es Directora de RRPP de Fundación HACER