Por Ricardo Bustos
Hay frases que uno va anidando con el tiempo y una de ellas pertenece al poeta latino Marco Valerio Marcial (40-104) «Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces».
Hay realidades que no se pueden ocultar y una de ellas en este tiempo, es la falta de consideración hacia los mayores que existe en gran parte de los jóvenes, los mismos que en algún momento el almanaque les dirá que deben ocupar nuestro lugar.
Es un sitio donde la vida no duele porque todo es conocido para nosotros, por experiencia, placer o sufrimiento, hemos ido adquiriendo el maravilloso conocimiento que muchos, lamentablemente no saben aprovechar a tiempo, pero cuando el agua les llega al cuello, lo primero que piensan es en consultarle al viejo para salir del problema. No es un pase de facturas, es una reflexión hacia quienes aún están a tiempo de cambiar porque tienen la posibilidad y no lo hacen.
En este breve relato ingresa un hombre de esos que pocas veces encontramos en nuestro paso por la vida. Típica figura pueblerina, muy educado, tiene apenas unos años más que yo, se llama Carmelo y vende hierbas que guarda prolijamente separados en una bolsa y dice que son medicinales, algo que en lo personal creo porque aquí en el norte interior somos muy yuyeros y con en el mate caliente o frío (terere) siempre estamos mezclando alguna hierba y si alguna duda queda, basta con conocer el precio de los medicamentos de laboratorio para darse cuenta que la elección, cuando sabemos que no habrá problemas para la salud es muy clara.
Vivimos en un pueblo muy bello, pequeño, sobre la ruta 12 en Misiones y como hacen muchos por estos pagos, hacemos turismo breve, del que dura cuatro o cinco horas para «despejarnos» un poco la mente. Cuando llegué a una Estación de Servicio sobre la ruta nacional 14 en un corto paseo, como todo viajero fui al baño y al salir encuentro frente a mí un hombre alto que me ofrece, con un tono tímido y muy educado un yuyo que tenía en sus manos.
Aquí cuando alguien te dice «don», sonaste, porque es el síntoma inequívoco de haber entrado a la categoría de los viejos… «don , tengo cola de caballo para los riñones» y le respondí que en casa tenemos la costumbre de tomar lo que me estaba ofreciendo pero que no era un forastero ya que venía desde la otra orilla de la provincia sobre la ruta nacional 12 y como era un paseo en círculo desde una ruta sobre el río Paraná hasta la otra en el río Uruguay, había cruzado Misiones de oeste a este en solo unos 40 minutos y volvería al punto de partida, a casa, justo para almorzar, un poco tarde para mi gusto pero con el placer de haber disfrutado del paisaje que solo me regala la tierra roja, los caminos en zig zag (algunos de mucho cuidado si no se conocen las curvas) sus vertientes naturales que salen de las rocas, el verde abajo y arriba en los cerros y su gente, quizá lo más importante.
Este diálogo fue el punto de partida de un encuentro entre veteranos que duró casi una hora, Comenzamos una conversación muy extraña, como si nos conociéramos desde siempre a pesar de no tener el mismo origen geográfico, pero si perteneciendo a una misma generación.
Por un instante, dejamos de lado los yuyos porque a los dos nos llamó la atención algo extraño que ocurría con el ir y venir de los turistas cuando llegaban a la Estación de Servicio. Especialmente los jóvenes viajeros. En tono de broma, les diré que buscaba en sus cuerpos algún «cable» que me diera una pista para saber el motivo de semejante estado de hiperactividad, porque de haber sido una máquina tendrían que estar enchufados.
Entraban y salían autos para cargar combustible y lo que más nos llamaba la atención eran los jóvenes y su comportamiento en sociedad. Viajando por la ruta y tomando cerveza en lata y fumando no sé qué cosa a juzgar por el aroma que dejaba el humo, pero estoy seguro que no eran cigarrillos de los que conozco o los yuyos de Don Carmelo.
El hombre, más alto que yo pone su mano en mi hombro y me dice… «Sé que he quedado allá en el tiempo con aquellas ideas conservadoras sobre el trato hacia la gente… conocida o no, aquellas en las que el hombre se quitaba el sombrero para saludar a una dama, el tiempo del rubor de las chicas cuando cruzaban miradas con el muchacho que, supuestamente gustaba de Ellas, los consejos del Abuelo, la paz y calma hogareña de la mano de la Abuela, caprichosa consejera en los problemas diarios, los mismos problemas que ahora a la distancia, me doy cuenta solo eran insignificantes al lado de los que enfrenta hoy la sociedad».
Mirándolo fijo, pero con una sonrisa burlona le dije a don Carmelo que con sus hierbas quizá le haya salvado la vida a muchos de los viajeros que hacen su parada en la Estación de Servicio y grata fue la sorpresa cuando me respondió que son muchos los que vuelven al pasar el tiempo y le comentan que gracias a él, su salud mejoró notablemente, aunque nadie se atrevió a decirle a su médico que habían tomado el té que les recomendaba Carmelo.
Y bien, como en un acto de la obra de teatro que es la vida, la escena indica que aquí culmina este cuadro, pero volveremos a subirnos al escenario pronto porque me quedaron unas ganas enormes de volver a aquel pasado en donde yo también fui feliz porque todo lo que dijo don Carmelo es lo que me ayuda a vivir en este mundo tan extraño y errático al que no tengo acceso fácilmente porque la mente está muy activa, pero el cuerpo debe seguir el ritmo de la edad, algo que no se puede ocultar si no queremos pasar vergüenza a la hora de hacerse los «cancheros».
Quizá, muchos estarán en nuestra situación y pocos se animan a contarlo, pero si de algo estoy seguro es que los viejos somos eso y si no lo asumimos le haremos daño a los nuestros, a los otros… y a nosotros.
El autor es: Locutor Nacional-Comunicador.
Capiovi Misiones, Argentina
DNI 7788556