MI VOZ ESCRITA, Por Jorge Herrera
En el último párrafo de la entrega anterior condeno que los panegiristas de Antonio Imbert Barrera obvien a propósito informaciones o datos que dejan al desnudo la gravedad de su traición, y que, además, pertenecen a la historia.
De orden es precisar que él no fue de los primeros complotados en la conjura. Es luego de un simulacro escenificado en el lugar del hecho por los comprometidos originalmente en la trama que se menciona su nombre. Salvador Estrella Sadhalá fue quien pensó en él a sabiendas de que su hermano Segundo Imbert estaba preso. Un hombre confiable, quizás se dijo.
Sin embargo, nada más cierto que la sentencia vivencial que le legara a la humanidad el insigne pensador español Joaquín Dicenta en su poema Los Irresponsables: “El hombre honrado se cree que lo es todo el mundo”. En el caso que me ocupa ese hombre honesto a carta cabal respondía al nombre de Salvador Estrella Sadhalá.
El mismo que ante la depresión que se había adueñado de la psique del teniente Amado García Guerrero por haber matado encapuchado a su cuñado Héctor René Gil, obligado por el Coronel Johnny Abbes García para que probara su lealtad al Jefe, le metió en la cabeza que había sido engañado, que ese no era su pariente político; que había sido un ardid del jefe del Servicio de Inteligencia Militar, el tenebroso SIM.
Se puede asegurar sin temor a equívoco que debido a ese gesto de Salvador, el teniente García Guerrero volvió a ser el hombre que había decidido participar en la decapitación de la sangrienta tiranía trujillista que durante más de tres décadas mancilló el honor de los dominicanos, y el de la Patria.
Da vergüenza y rabia a la vez que periodistas consagrados y exitosos en el ejercicio de la profesión, y que hoy presumen de historiadores, se hayan dejado engatusar por quien no fue menos que un farsante y traidor pluscuamperfecto. (No tengo alternativa; vuelvo con el tema).