Por Maximino Brito Lazala
Sobre la grama verde del más icónico lugar de la moderna ciudad de Santo Domingo, Los Jardines del Hotel El Embajador, Josué, me pidio que compartieramos en ese hermoso lugar, ante de ir a cenar, y de ir a la gran fiesta, que entre padre e hijo es una fiesta del espíritu, sin nada material que la sustente, aunque queda el tradicional glamour que no se pierde.
Pues, cuando mi madre partió a la eternidad este icónico lugar fue mi refugio, vine a vivir al piso ejecutivo, y Josué estaba conmigo, Padre e Hijo, la complicidad perfecta.
Llegó la lluvia y el hermoso Jardín como si se encogiera nos convoca a un pequeño espacio del gazebo, hasta que un paragua inmenso fuera traído para cubrirnos camino al Restaurant Los Porche, donde había una mesa reservada como si se tratara de dos enamorados, detrás de los cristales un hermoso jardín bordeaba la más famosa piscina de la República.
Aún el amor que iba a posarse, sentado en las dos hermosas sillas, frente a la mesa de mantel blanco, y fina cubiertería era un amor superior de Padre a Hijo, en la gran fiesta del 6 de septiembre, el cumpleaños de Josué Natanael, y las gracias de Dios, nos cubría.
La hermosura de vivir en un canto: Levantemos los brazos caídos y las piernas paralizadas
Una botella de buen vino fue descorchada, mientras con toda atención, hablamos de nuestra genealogía, y el tono de la conversación tomaba otro matiz.
De Hijo a Padre, de manera implacable los errores del ayer fueron mencionados con tal fuerza en voz de Josué, como si quería que los abuelos en eternidad lo escucharan, pero jamás se fue la sonrisa, porque era el milagro de las generaciones.
A sus treinta años y un poquito más, no había para otra cosa, que ser su viejo amado, además era la gran fiesta de cumpleaños de mi hijo amado, Josué Natanael.
A Dios sea la Gloria…!!!
El autor es: Ingeniero, Empresario (Presidente del Fondo Privado de Inversión), Experto en Geopolítica y Negocios y Poeta
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