Por Melvin Mañón
La represión policial a los dominicanos que, protestando contra la corrupción, se apersonaron (mas bien trataron de hacerlo) ante las oficinas de la OISOE es elocuente demostración de lo obvio, pero también y de manera más sutil de lo que no lo es.
Lo obvio es la intolerancia del gobierno que rehúsa la protesta frente a la oficina que convertida en cloaca desde hace tiempo, maneja la construcción de edificios donde supuestamente funcionarán escuelas o algo parecido. Como esa, junto a las visitas “sorpresas” es una de las dos pinzas del ataque danilista, han querido protegerla de la ira popular y a tal efecto el ministrico de interior viola la ley disponiendo un contingente policial para evitar una manifestación que según ese canalla y sus jefes políticos no estaba autorizada. Pero, como bien observaba en ese mismo escenario Bartolomé Pujals, un joven abogado y luchador, ellos no necesitaban permiso según lo estipula y consagra la Ley. Así que, a una ilegalidad que es el robo en la OISOE, el gobierno responde con protección policial a los ladrones y represión policial a quienes lo denuncian.
Durante los incidentes que se suscitaron durante el intento de hacer llegar la protesta hasta la puerta de la OISOE, tanto los manifestantes como la prensa se refirieron, en numerosas ocasiones a la imposibilidad de estos de “atravesar o romper el cerco policial”. Esta expresión está llamada a convertirse en bandera, emblema, consigna y logro. Porque de eso se trata, de romper el cerco como efectivamente aconteció en el curso de otra protesta en el hospital regional Cabral y Báez de Santiago
Cada convocatoria para una actividad contra el gobierno tensa las fuerzas de uno y otro. Cada manifestación va a plantear el mismo dilema y dependiendo de cómo se resuelva en cada caso podremos estimar la fuerza de uno y la resistencia del otro, el empuje de uno y el miedo del otro, la determinación de uno y la intolerancia del otro. En otras palabras, cada enfrentamiento define en miniatura el futuro del país, el escenario al que nos acercamos, la clase de vida, sociedad y país que tendremos. Por eso, la meta deberá ser la de romper el cerco policial, la de romper todos los cercos y hay que advertir que la ruptura de cada cerco vendrá acompañada de represión, de violencia y de abusos perpetrados por una fuerza pública cuyos oficiales y tropas no están aun en condiciones de eludir el mandato ni desobedecerlo.
Ahora y sin mas tardanza quiero referirme a lo que no es tan obvio en estas manifestaciones de protesta no solamente frente a la OISOE sino en todas las demás instancias ya acontecidas. Cualquier observador in situ o frente a una pantalla de TV se hubiera percatado que los manifestantes hacia la OISOE eran un grupo reducido de algunas decenas de personas. Por lo mismo, cualquier observador igualmente se hubiera percatado de que otras convocatorias concitan la presencia de algunos cientos o unos pocos miles de manifestantes. Ese nivel de presencia ha estimulado en el poder la creencia de que están frente al disgusto de unos pocos impotentes, soñadores y exigentes pequeñoburgueses en la jerga política de años atrás.
Me complace advertir a la sociedad dominicana y en particular a esos manifestantes que esa no es la realidad. Los que han protestado en esta y otras ocasiones son ahora una vanguardia como en su momento lo fueron los que cayeron presos en el 14 de junio de 1960. En aquel momento, Johnny Abbes García, un torturador de oficio, le hizo saber a Trujillo que debían detenerse los arrestos de conspiradores del 14 de junio porque ya todo el país estaba estremecido y de tal manera afectado que, las detenciones en vez de conjurar la amenaza, la amplificaban. En efecto, Trujillo suspendió los arrestos tras haberse percatado de que, en un país pequeño como el nuestro, tantas detenciones y muertes de gente de clase media mas que difundir el miedo contagiaban la rebeldía.
Los grupos de jóvenes que protestan no son pocos ni están solos. Ellos solamente son la parte visible de una sociedad harta de abusos y todo el país, aunque se queda en sus casas o en sus lugares de trabajo está atento a lo que ellos hacen y está definiendo su posicionamiento político en virtud de lo que esos jóvenes están haciendo y de hecho, sabiendo que su turno para participar se acerca y que dicha participación es tan inevitable como el día que sigue a la noche.
En tiempos de Trujillo la gente temía por su vida y con razón. Ahora el temor es económico, a las consecuencias que sobre empleo, contratos, trabajos y oportunidades de negocio desencadena la participación en actos de protestas al interior de una sociedad endeudada y comprometida con un estilo de vida. Pero se equivocan quienes miden la fuerza y el impacto de las protestas por el número de manifestantes presentes y no por el efecto que su actuación tiene en los demás, por el impacto que lleva, por el ejemplo que ofrece, por la medida en que representa y se identifica con un sentimiento de hartazgo.
Las protestas deben seguir y seguirán. El cerco habrá que romperlo en todas las ocasiones donde y cuando sea posible y esa cadena de enfrentamientos y el matrimonio entre estas protestas de clase media y el descontento popular de barrios, municipios y sectores es la escuela donde inevitable y necesariamente tendrá que entrenarse esta generación.
Gente como yo y muchos otros sobrevivientes tenemos la obligación no solamente de acompañarlos en cada ocasión sino de, y cuando sea posible o requerido, transmitir algunas lecciones, ventilar algunas enseñanzas y compartir uno que otro aprendizaje para que el destino de estos luchadores eluda las derrotas que sufrimos nosotros y que, puedan ellos, con todos los demás y para beneficio de todos, alcanzar un mejor destino.