Por Cándida Figuereo
En la geografía mundial no existe, tal vez, un país más solidario que la República Dominicana enquistada en un hermosísimo rincón del planeta donde Dios se extremó en hacer de los hombres y las mujeres una rica empatía de don de gentes.
Resultante de lo anterior es que abundan los foráneos que en su primera visita quedan tan encantados que retornan y no pocos se quedan para siempre por el trato de humano y la solidaridad que se les brinda.
Abundan en esta media isla no pocos que como resultado de esas inmigraciones terminan en una empatía tan perfecta que acaban unidos en familia con hijos, nietos.
En todos los países con fronteras las inmigraciones y emigraciones tienen un pasado añejo del hombre y la mujer en procura de mejor vida, a pesar de que muchas veces no retornan a su lugar de origen porque carecen del pasaje para retornar, por vergüenza o porque simplemente entienden que sería lo mismo aquí que allá.
A pesar de las bondades que en parte tienen las inmigraciones, no menos cierto es que en muchos casos terminan en un dolor de cabeza que socava, por lo que es asunto de un país no de entes aislados.
Son antiguas las disputas por las inmigraciones en los países con fronteras y así continuará por los siglos de los siglos por más vueltas que le den al pandero. Esto, empero, no debe atar a los países de donde salen los inmigrantes que deben embarcarse en sus propias soluciones.
Un país en proceso desarrollo como República Dominicana no puede, de ningún modo, asumir la manutención de foráneos que llegan en masa como «pedro por su casa», a pesar de que ha dado cátedras de solidaridad en momentos en que la madre naturaleza hace añicos a algún vecino.
Las soluciones solidarias que plantea el papa Francisco tienen su límite porque un país en proceso de desarrollo puede dar orientaciones a otro, pero no echar sobre sus hombros una carga ajena que si se hurga en el pasado recae en terceros.
Los foráneos indocumentados suelen entrar y salir del país como Pedro por su casa y amén. Muchos de esos extranjeros son trabajadores, pero otros son grandes depredadores que laceran despiadadamente la flora, entre otras cosas.
Las invasiones pacíficas son el pan nuestro de cada día en República Dominicana, y amén. Esto es fruto de un pedazo de tierra con un grupito de ricos que no hace nada por sus paisanos y la falta de un guía con interés en soluciones solidarias y obligatorias.
¿Por qué un «país» no registra o documenta a sus ciudadanos?
A la República Dominicana llega con frecuencia una caterva de migrantes dominicanos deportados ¿y?. El país tiene esa carga y no puede delegar en un país vecino porque es su responsabilidad. En fin cada país, si es un país, tiene que asumir su rol. En la canana de soluciones solidarias los dominicanos tienen un doctorado.
¿Soluciones solidarias? ¡Bien! Esto es hasta cierto límite. Pasar ese límite es dejarse coger de mojigata.