Por José Luis Taveras
La misma suerte del caso de la OISOE: medidas de coerción para los funcionaritos, ¿y Pimentel Kareh? Bien, gracias, pregúntenle al presidente.
Hace unas semanas le inquirí a un funcionario palaciego sobre la apreciación que el presidente tenía de su propia gestión. Creí que me iba a hablar de inconformidades, decepciones y contrariedades, pero su respuesta me dejó fríamente aturdido. En tono sobrio me dijo: “El presidente está convencido de que hace el mejor gobierno del mundo”. “¡Danilo está loco!”, fue el grito mudo que como un eructo salió de mis adentros.
Me sentí más turbado de lo que esperaba. Advertí que el presidente entraba prematuramente al umbral de un trance delirante, esa propensión obsesiva que quiebra la conexión del que la padece con la realidad, creyendo como inequívocas percepciones falsas, engañosas o irracionales. A partir de esa plática empecé a explorar agudamente las contadas declaraciones del presidente para determinar si definían un patrón patológico consistente. Tuve suerte, porque, por razones muy circunstanciales, Medina, de tímida comunicación, ofreció, en los últimos días, juicios parcos pero reveladores de su febrilidad. El más desquiciado fue decir que “su gobierno ha sido el más honesto de la historia”. Este inaudito desvarío fue tan extravagante y bochornoso que tuvo que ser arreglado en versiones distintas por tres funcionarios del Gobierno.
Para nuestra desgracia, el presidente no está loco; su valoración nace de la amoralidad y no de la insanidad mental, condición que al menos lo inhabilitaría. Más que loco, el presidente es un sinvergüenza. Y para los que piensan demandarme o acosarme por esta opinión (que agradecería inmensamente), les anticipo en cuál acepción aplico contextualmente el término que invoco. Según el Diccionario de la lengua española, sinvergüenza es, entre otros significados: “el que obra o habla sin comedimiento o respeto y con descaro”. El presidente ha hablado y obrado de forma metódicamente descarada, tanto que no ha tenido consideración ni de su propio compromiso personal cuando repetidamente prometió no reelegirse, sin embargo, de manera alevosa y taimada, fraguó una reforma constitucional de microondas para hacerlo. Esa sola actuación comporta la suficiente autoridad para definir y revelar una condición moral enfermiza. Asentir, hasta por omisión, la burla de Medina es aceptar infamemente una bofetada. No todos somos borregos ni andamos en manadas; algunos todavía pensamos como ciudadanos y en tal condición reclamamos el respeto que al presidente parece faltarle.
En su delirante confesión de honestidad, Medina alude a “su” gobierno como si fuera una Administración nueva, obviando que en su mayoría sus funcionarios son una logia de vejestorios con lastres, mañas y manías hartas conocidas. Este gobierno no le ha hecho ni cosquillas a la cultura burocrática del PLD, basada en la autonomía autocrática de sus cuadros y operada a través de núcleos de autoridad cerrados como los feudos medievales. Los ministerios han devenido en pequeños gobiernos donde la voluntad del funcionario perdió límites, controles y reparos. En ese esquema, la inamovilidad es regla, por eso no es casual que sus dirigentes/funcionarios hayan echado canas en sus haciendas y fomentando fortunas obscenas.
¿Cuál ha sido la gran reforma ética del gobierno de Medina? ¿Dónde están las políticas y acciones públicas trascendentes de persecución a la corrupción? El caso del senador Félix Bautista, vendido como el esfuerzo emblemático de esa intención, resultó ser el sainete más chusco; una urdimbre política delineada bajo un pacto de impunidad entre las facciones del PLD. Claro, el perverso designio era imputarle “genéricamente” al sistema judicial su incapacidad para procesar y juzgar la corrupción, cuando se dejó, a sabiendas, en manos de los jueces políticos el voto decisorio a favor del senador. Tan inocultable era la trama del Gobierno, que el procurador renunció de forma insólita a su obligación pública de recurrir la decisión que ratificó el auto de no ha lugar en beneficio del secretario de organización de su partido.
Como forma de limpiar al Gobierno del estigma, el mismo procurador que dijo no creer en la Suprema Corte de Justicia por su parcialidad entra en un romance idílico con su presidente para de “manitas agarradas” lanzar una épica cruzada de “moralización” de la Justicia con investigaciones sumarias a jueces penales que presuntamente aceptaron sobornos. La atrocidad era patética: trasmitir la impresión de que la corrupción estaba en la Justicia y no en el Gobierno; que el Ministerio Público era una víctima más de la descomposición sistémica del Poder Judicial y con ello sepultar el caso Bautista. No señor, la perversión del sistema nació y se agudiza con los pactos políticos; en la Justicia queda todavía mucha dignidad que merece respeto. Aquí hasta el más ingenuo sabe la inteligencia oscura que desde el poder movió las fichas en la judicatura “politizada” para garantizar la impunidad a los ex-funcionarios procesados.
Ahora me pregunto: ¿Dónde están los arquitectos de la mafia política que pervirtió a la Justicia? ¿Por qué no se han tocado los altos responsables que crearon esa estructura de corrosión? ¿Por qué en las investigaciones no se interrogó al pasado procurador? ¿Quiénes fueron los que sobornaron a los jueces? Parece que todo terminará con la expiación de los dos jueces procesados mientras los grandes estupradores del sistema celebran impunes sus desafueros. La misma suerte del caso de la OISOE: medidas de coerción para los funcionaritos, ¿y Pimentel Kareh? Bien, gracias, pregúntenle al presidente. Todo esto sin contar con el rosario de algo más de doscientas denuncias desatendidas, diluidas o abandonadas que pende sobre la honesta administración de Medina.
El presidente Medina, que llegó al poder bajo la sombra de un pacto de impunidad, habla de forma abstracta de la transparencia de su gobierno sobre todo en las contrataciones públicas, como lo revela el “contrato contrabando” de una de sus obras icónicas: la planta de carbón, salpicada de brumas y sospechas. Se refiere también a la red de veeduría, una entelequia más simbólica que funcional cuya mirada solo alcanza la epidermis de los musculosos negocios que se arman en los sótanos del poder. También el presidente del “gobierno más honesto de la historia” exhibe, como uno de sus logros luminosos, la apertura de las licitaciones a través de los sorteos de obras, siendo justamente este sistema el que prohijó la mafia de pagos y extorsiones a los pequeños contratistas, esa misma organización criminal que llevó al arquitecto David Rodríguez García a cegar su vida en un baño de la OISOE.
Si dentro de los parámetros éticos del presidente su administración es un modelo de honestidad, entonces ¿qué nos faltará por ver o padecer? La ruina de Roma imperial será un cuento infantil ¡Sinvergüenzas!