Por Homero Luciano
Dos terremotos políticos sacudieron la sociedad mejicana en el pasado siglo XX. El primero, fue el asesinato del general y presidente electo Álvaro Obregón, el 17 de julio de 1928, en el restaurante La Bombilla, ubicado en el barrio de San Ángel de la Ciudad de México. El segundo, el magnicidio del candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio, en una colonia llamada Lomas Taurinas en Tijuana-Baja California, el día 23 de marzo de 1994.
Dos lobos solitarios se sindican como autores de estos sucesos: José de León Toral, el verdugo de Obregón, y Mario Aburto, el de Colosio.
Obregón, fue una pieza importante del movimiento Revolucionario de México, su impronta en el campo militar, le abrió el camino para ser electo para el periodo presidencial de 1920 al 1924, en cuya gestión hubo avances considerables en el ámbito de la educación y la agricultura. Logró una transferencia pacifica del mando a Plutarco Elías Calles, quien le sucede como presidente.
El día 18 de octubre de 1926 el diputado Gonzalo N. Santos, presentó por ante la cámara de diputados una iniciativa de reforma constitucional, en la que se planteó legalizar la reelección de un presidente, siempre y cuando no fuera en el periodo siguiente a su mandato, y extender la duración de cada gobierno a seis años, en lugar de cuatro. Es así como 1928, en plena Guerra Cristera, el ex presidente Obregón se presentó de nuevo como candidato a la presidencia. Fue el último presidente de México, que buscó su reelección.
Electo nuevamente presidente, en el periodo de la transición le alcanzó la muerte, que, al través del tiempo y los años, ha estado revestida de históricas fabulas y leyendas. Su gran laurel, aunque resulte irónico, lo obtiene en La Batalla de Celaya, donde derrotó a las huestes Villistas, pues con esta quedó marcado para siempre. Una bomba le arrancó el brazo derecho, su médico personal, el doctor Enrique Osorno, lo sometió a una larga intervención quirúrgica, salvándole la vida. Desde entonces le llamaron: «El Manco de Celaya».
Obregón, relató tiempo después que: “Al verme desangrar, tomé con la mano que me quedaba la pequeña pistola que llevaba al cinto, y la disparé sobre mi sien izquierda, pretendiendo consumar la obra que la metralla no había terminado; pero mi propósito se frustró, debido a que el arma no tenía más tiro en la recámara”.
En el año de 1935, en el lugar donde mataron a Obregón, fue erigido un monumento a su memoria, y por más de 74 años se exhibió en un frasco con formol la mano que le amputaron, hasta que, en 1998, por pedido de sus herederos fue retirada, siendo incinerada en medio de honores militares, por tratarse de los despojos de un presidente.
El anecdotario político mejicano, siempre rememora el humor negro del presidente Obregón, quien en una entrevista al periodista Vicente Blasco Ibáñez, le dijo: «A usted seguramente le habrán dicho que soy algo ladrón. Aquí todos somos un poco ladrones. Pero yo no tengo más que una mano, mientras mis adversarios tienen dos»…
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