Por Pedro Silverio Álvarez
“Venezuela dice tener más petróleo que Arabia Saudita, sin embargo, sus ciudadanos están hambrientos. Un sorprendente 93% de ellos dicen que no pueden comprar los alimentos que necesitan, y tres cuartos han perdido peso en el último año. El régimen que ha causado esta prevenible tragedia profesa un gran amor por los pobres. No obstante, sus funcionarios han desfalcado de los fundos públicos miles de millones, convirtiendo a Venezuela en el país más corrupto de América Latina, así como también el más incompetentemente gobernado. Es un ejemplo de libro de texto de por qué la democracia importa: la gente con un mal gobierno debiera ser capaz de sustituirlo.” The Economist, julio 29, 2017.
Lo que esta ocurriendo en Venezuela es una vergüenza para la democracia latinoamericana. El gobierno de Maduro se ha quitado la máscara, y lo que queda es una dictadura después de la “elección” de una asamblea constituyente convocada por un decreto ilegal y que pretende reescribir la misma constitución que había sido reescrita por Chávez.
Como una inesperada ironía de las circunstancias, cuando Maduro se presentó a votar su carnet fue rechazado por el sistema por presuntamente no existir como votante, una indicación de la calidad logística de una elección hecha con clara precipitación.
Un creciente número de países de la región -así, como también, la Unión Europea- ha declarado que no reconoce la validez de la Asamblea Constituyente, mientras que Estados Unidos ha anunciado sanciones al gobierno de Maduro, quien ha concentrado en sí mismo todos los poderes de la democracia venezolana. Esto no ocurrió de la noche a la mañana. Fue un proceso degenerativo que gozó de la complicidad de unos cuantos países -incluida la República Dominicana– que imposibilitaron la aplicación de los mecanismos contemplados en la Carta Democrática Interamericana de la OEA, de la cual nuestro país es signatario.
En esa ocasión, el gobierno dominicano utilizó el risible argumento de que no intervenía en los asuntos internos de otros Estados.
Y cabe preguntarse:
- ¿hasta qué punto se deben violar los derechos humanos para que un problema local se convierta en un problema de la comunidad internacional?
- ¿No fue la Asamblea Nacional elegida en el mismo proceso que eligió a Maduro como Presidente?
- ¿Puede Maduro, con toda la inimaginable torpeza que le caracteriza, matar de hambre y en las calles a un pueblo que no aguanta más la ruptura del orden constitucional y las políticas de empobrecimiento brutal que han llevado a la ruina a la economía venezolana?.
Pero, sobre todo:
- ¿puede el gobierno dominicano permanecer indiferente ante la catástrofe humana y material que está ocurriendo en Venezuela?
- ¿Es esa la posición que la mayoría de los dominicanos espera de su gobierno?
- ¿Con quien debe ser la solidaridad: con el gobierno de turno o con el pueblo venezolano?
Es por ello que no se entiende que el gobierno dominicano mantenga con Maduro una solidaridad que parece ir más allá que la del simple agradecimiento por Petrocaribe, una deuda que ya ha sido saldada en nombre de esa solidaridad. Y, de nuevo, cabe preguntarse:
¿es Odebrecht, el hilo conductor de tan inexplicable simbiosis entre ambos gobiernos?
Con la celebración de la farsa electoral del domingo pasado continúan cerrándose los caminos a una solución pacífica del drama venezolano, que incluye más de 120 muertos y cientos de heridos y el reapresamiento de líderes opositores, como Leopoldo López y Antonio Ledezma, Alcalde Metropolitano de Caracas.
La ruta de las sanciones económicas puede ser una vía bastante efectiva para llevar a Maduro a la mesa de negociaciones. El problema es que las sanciones económicas se convertirían en mayores penurias para los venezolanos.
Sin embargo, con un gobierno que depende crucialmente del petróleo tales sanciones podrían ser el disuasivo que necesita Maduro para restablecer el orden constitucional. Más del 40% del petróleo que exporta Venezuela es comprado por los Estados Unidos. De manera que, con la sola voluntad de USA, el gobierno chavista pudiera colapsar.
No olvidemos que se trata de un gobierno que ya ha dado un golpe constitucional, y no puede ser tratado como un gobierno legítimo. Claro, el dictador bolivariano podría refugiarse en los brazos de Putin.
Todo indica que no hay posibilidad de una solución a la tragedia venezolana que incluya la continuación de Maduro en el poder. Los supuestos diálogos que se han llevado hasta la fecha solo han servido para que el dictador continúe aferrado a un poder que ya no le pertenece. Y los espectros de una guerra civil parecen, cada vez, más inevitables. Es una guerra que pudiera surgir aun en el caso de que se aplicaran las sanciones económicas. Una vez que el régimen comience a desmoronarse pudieran radicalizarse las facciones militares y llevar a un enfrentamiento militar que involucre a civiles de ambos lados. Todo esto pudiera parecer catastrófico, pero…
Ya Maduro tiene poco que perder siguiendo el camino de la dictadura.
El totalitarismo es la jugada final de quienes buscan perpetuarse en el poder cuando no se cuenta con la voluntad popular.
Esperar que se comporte como un demócrata es tan ilusorio como pedir peras al olmo.
El proyecto chavista ha sido, desde su origen, un proyecto totalitario. No se debe extrañar que estos hayan sido sus frutos. Y Maduro, incompetente y torpe, es una voluminosa masa humana controlada por el cerebro cubano… Sus métodos son los mismos que están en el menú de las estrategias cubanas, solo que fuera de tiempo y espacio… Una especie de anacronismo revolucionario.