Por Claudio Acosta
Soy consciente, al escribir estas líneas, de que me arriesgo a que el Señor Procurador llame al propietario de este diario para pedirle que «me de pau pau o que me ponga un bozal», pues no todo el que vive en una democracia sabe comportarse democráticamente, ni todo el que es funcionario público comprende que, por más encumbrado que sea su cargo, siempre será pasajero como todo en esta vida.
Y si no que le pregunten a Rafael Leónidas Trujillo, quien a pesar de todo el poder que acumuló a lo largo de 31 años de dictadura terminó engurruñado como un gusano en el baúl de un carro.
Voy a comenzar con la pregunta que tanta gente se está haciendo al ver su ensañamiento, más allá de lo razonable y hasta de lo legal, con la jueza de la Suprema Corte de Justicia, Miriam Germán:
¿Qué cosa tan grande le habrá hecho la presidente de la Sala Penal de esa alta corte que el señor Procurador dedica tanto tiempo, energía y mala leche a hacerle la vida imposible y de paso tratar de destruir una carrera de servicio público de más de treinta años?,
¿Qué gana con eso, por qué llevar su rencor casi infantil tan lejos?,
¿Es necesario desacreditarla, asesinarla moralmente, porque los intereses a los que sirve con obsesivo empeño la quieren fuera de su camino?.
Sé que les hablé de una sola pregunta, pero hay demasiadas interrogantes sin responder alrededor del extraño comportamiento del Señor Procurador, quien ha hecho extensivo su encono hacia todos los que cree la defienden, están “de parte” de la jueza de la Suprema Corte o simplemente le han expresado su solidaridad y apoyo ante las embestidas de las que ha sido víctima.
Sé que me expongo al ataque feroz de una jauría de tuiteros de nominilla por atreverme a decirle estas cosas al Señor Procurador, a quien solo me resta recordarle, a modo de despedida, que ningún cargo es para siempre, y que lo estaremos esperando en la bajadita.