Por Gustavo Ramírez
Hoy cumpliría 113 años de presencia física en la tierra, si estuviera vivo. Su paso por la vida pública es el mejor referente de que quien sirve a todos no le sirve a nadie.
De ser el desarrollador de las estructuras e infraestructuras productivas y arquitecto del desarrollo académico y nacional en todo orden, su nombre sirve sólo sirve de muletilla cuando algún resentido social con discurso «progresista», quiere dar a sus escritos o intervenciones orales, algún matiz de profundidad; o cuando a algún energúmeno parcial a las causas que enarboló, juega a la demagogia.
Balaguer, vivió alejado del boato, de lo banal, de lo intrascendente. Dedicó su vida al servicio de una nación que le ha redistribuido su largo sacrificio, colocándole su nombre a una caricatura de aeropuerto vecino del más grande vertedero a cielo abierto en cualesquier parte del mundo y a un tramo de carretera entre El Cibao y la Linea Noroeste, cuyo inicio y fin no es de dominio de nadie. Asi se le paga a quien hizo posible la comunicacion terrestre por calles, caminos y carreteras de la Republica Dominicana.
Construyó el 95 % de las Escuelas de Formacion para Maestros y en 22 años de gobierno construyó 1.5 aulas por día en toda la geografía nacional, y la mezquindad no ha permitido que un solo liceo lleve su nombre.
Apegado a las leyes hizo la más hermosa y armónica reforma agraria del mundo, y no hay un asentamiento de ese renglón que lleve su nombre.
Construyó todos los hospitales provinciales que hoy sirven de plataforma para remodelaciones hiperbólicas y fuentes de grandes fortunas, y no hay una clínica rural que recuerde su impronta.
El Mirador Sur, parque emblemático del Distrito Nacional, y lugar venerado por él, deberia llevar su nombre, sin embargo, como si de una limosna se tratare, un rinconcito devenido en estercolero, en esa misma reserva natural, segreagado, lleva su nombre. Ese parque deberá en algún momento llamarse Joaquín Balaguer.
Asumió la direccion del país en medio de balas y sangre, y cadáveres y escaramuzas, y con el temple de un capitán de manos firmes, badeó lo proceloso y lo pacificó, y lo dejó pacificado y encaminado por camino de bien.
Por sus manos pasaron billones y billones del erario, y el día de su muerte, un empresario que le admiraba, tuvo que cubrir los gastos fúnebres. Balaguer murió sin un peso.
La que ha debido ser su obra cumbre, su legado imperecedero y guardian permanente de su Historia y su Memoria, ha pasado, desde su deceso, por gestiones de mercaderes desprovistos de toda sensibilidad social y sin norte político; y muy acomodadas en el oropel y el vicio, han sido incapaces de asumir la defensa de la obra de gobierno y las gestiones que en bien del país forjó ese hombre que su vida ofrendó y sacrificó para el bien de todos.
Hoy, dispersos y cercanos al abismo, parece que sus discípulos, en el mismo altar le rezan a dioses distintos. Frente a su tumba, donde descansan sus restos rodeados de mortales común, dos veces por año, tartufos y réplicas entorchadas del inefable Jano, llevan discursitos deprimentes, y el botox que les moldea sus rostros, les impide verse compungidos.
Balaguer, se escapa de la memoria colectiva, su nombre va desapareciendo de la vida nacional en la medida en la que las generaciones envejecemos y en la medida en la cual geométricamente el Partido Reformista Social Cristiano se convirte en campo de batalla y pasiones cerriles y lucha cada día para precipitar su extinción.
Balaguer, sic transit glori mundi.
El autor es: Abogado