Por Juan Tomás Valenzuela
Antes que algún puritano
quiera mancillar mi prosa,
le diré que esta desglosa
un lenguaje puro y llano.
En mi oficio de escribano,
le doy uso a la palabra,
y si una mente macabra
quiere cambiar su sentido,
no me doy por aludido
como haría González Fabra.
Escribir cajón con G
podría ser considerado
tal ves un crimen de Estado
si se hace con mala fe.
Pero si no se prevé
afán de doble sentido,
el gazapo cometido
no debe acarrear condena,
por ende, ninguna pena
debe darse a lo escribido.
Cuando me puse a indagar
sobre el nombre Catalina,
un término al que Medina
convirtió en su Santo Grial,
no entendí que este fatal
buscaba con ese nombre.
Y aunque a ninguno le asombre
(o tal ves le asombre a todos)
lo cierto es que Cuasimodo
no podía hallar mejor nombre.
El término Catalina,
según nos muestra la RAE,
es el que mejor le cae
como nombre a esta letrina.
No creo que Joaquín Sabina
con su prosa magistral,
era capáz de nombrar
con un nombre más pensado,
a esta planta, que el Estado
acaba de inaugurar.
Nombrar Punta Catalina
a tó esta pila de caca,
ha sido una idea bellaca
del presidente Medina.
Porque es que se oye tan fina
y tan culta esa palabra,
que al nadie ver la macabra
sinopsis de la acepción,
no entienden que es de un mojón
de lo que el nombre nos habla.
Juan de los Palotes
3 agosto 2020