Por Fabio Herrera Miniño
Existen muchos sectores nacionales, altamente preocupados ante el panorama incierto de la nacionalidad vilipendiada por la embestida arrolladora de las fuerzas de occidente, que se han levantado al llamado de la sentencia 168 del pasado año y por el aumento del éxodo hacia oriente, en un flujo humano constante, sin tiempo ni descanso.
Resultó muy preocupante, después que se publicó la ley de naturalización con su reglamento de regularización, repudiados por los ultranacionalistas y alabado por los sectores que procuran una fusión en el futuro de los dos países de la isla, el aumento a ojos vista de la llegada de haitianos, sin ninguna preparación y sin documentos, solo saben ofrecer su mano de obra que ni a veces saben coger un pala en sus manos, ni mucho menos guiar un arado para trazar surcos en la tierra.
Las nuevas legislaciones dominicanas han abierto una caja de Pandora con todos los inconvenientes que van surgiendo en los intentos de aplicar correctamente la ley, cuya principal dificultad es de ver la lentitud de las autoridades haitianas para contribuir a buscarle los documentos básicos que requieren para registrarse, legalizarse y naturalizarse después de haber estado muchos de ellos viviendo en la ilegalidad por varias generaciones.
Estos primeros meses de arduo proceder de las autoridades dominicanas para aprender a llevar a cabo el proceso, impediría que el mismo se vaya contaminando, pero existe el temor que a medida que aumente la fluidez en la burocracia, comiencen a surgir las manchas criollas isleñas de la corrupción y se inicie un trasiego de ilegalidades incorrectas en donde eso de las coimas contribuya a desvirtuar la creencia de que las autoridades dominicanas estaban actuando pulcramente por tener encima la atención de todos los países interesados en forzar una fusión isleña.
A los haitianos nadie los quiere en sus territorios, tan pronto llegan a algunos de ellos de manera ilegal son detectados y de inmediato los repatrian, y siempre los envían para el país y desde aquí se les envía a su país.
Estados Unidos, Canadá, Francia, Venezuela y Cuba le huyen como el diablo a la cruz al ver haitianos llegando a sus costas, y al devolverlos presionan a nuestro país para que los aceptemos y sean una parte integral de la población, mientras ellos se lavan las manos ofreciendo desde sus pulcras oficinas ayudas mediante diversos programas, como los cubanos con los programas de salud llevados a cabo en hospitales de campaña con agradecidos resultados por parte de los haitianos después del terremoto de enero del 2010.
Pero no abren las puertas de su país para recibir inmigrantes indeseados, ignorantes y enfermos al igual que Venezuela, ni mucho menos no se diga de Estados Unidos, Francia y Canadá, potencias que nos están forzando a la fusión irreversible como un sino que nos espera un tiempo no muy lejano.
Las tres potencias, que gravitan en la región caribeña y en nuestro país, han decidido que la fusión es lo que conviene y es una imperiosa medida para lograr controlar las dos naciones de la isla, sin importar los orígenes creencias y cultura de los dos poblaciones, buscando imponerla a rajatablas como un hecho consumado en la estrategia global de control mundial, para que en un arroz con mango cultural y étnico, nos dejen los despojos de la isla para ver quién ha sobrevivido y sumergirse en un ambiente empobrecido, teniendo de fondo las ruinas de cientos de edificios que le dieron brillo a Santo Domingo en las primeras décadas del siglo XXI, como si se tratara de una película futurista de Tom Cruise.