Por Juan Tomás Valenzuela
Tras cinco años de candela
bregando Sin Maquillaje,
en contra del tigueraje,
el dolo y la francachela,
vestimos con lentejuelas
nuestra entrega matutina,
que se ha vuelto una rutina
para los más desahuciados,
de un pueblo desvencijado
que no tiene pan ni harina.
El cierre de “A Quien Madruga”,
después de catorce años,
me hizo caer del peldaño
al que subí como oruga.
La coraza de tortuga
que ha definido mi andar,
la que Pancho Salazar
me infirió como estandarte,
ha hecho que, modestia aparte,
no me atreva a claudicar.
Tras un año más que horribilis,
trastornado e infecundo,
me estaba llevando Cundo
hacía un abismo imperdibilis.
De ese año, lo más horribilis
fue que en solo siete meses,
me aboqué, a lo que parece,
un destino desgraciado,
por culpa de un desalmado
que hoy está donde merece.
La ansiedad que generó
haber despertado un día,
sin la usual algarabia
de que el sueño me cogió,
fue lo que más me marcó
y me obligo a meditar.
Quien me iba a derrotar,
no era un Adonis corrupto,
ni el ungido del eructo,
ni una dientona barrial.
Y aquí estamos… bendecidos
por la conexión de ustedes,
demostrando que se puede
si estamos comprometidos.
Muy lejos de haber perdido,
hoy nos sentimos triunfantes,
diferente a esos bergantes
que enliaron nuestro camino,
y hoy es a ellos, que el destino
los ha tirado pa’lante.
Juan de los Palotes
6 julio 2022